La principal calle de Altea, la avenida Rei Jaume I, fue ayer por la noche escenario de un grandioso espectáculo con danzarines, dominadores del fuego, guerreros, animales amaestrados, tesoros y ballets que recreaban el movimiento del cosmos que, junto a casi un millar de festeros de las filaes moras de Altea, participaron en la espectacular Entrada Mora con el alférez Quico Pérez, de la filà Mitja Lluna, y el rey, Raúl Morán, de la filà Moros d'Arsem, como los máximos protagonistas del acto. Por la mañana tuvo lugar la misa en honor al patrón de Altea, san Blas, y al mediodía se celebró la Embajada Cristiana.

El abanderado moro de la Federació de Moros i Cristians Sant Blai, Jonatan Garófano, de la filà Moros Malvins, abrió el desfile. Su filà le acompañaba detrás y, a continuación, desfilaba la Cora d'Algar para dar paso a la Mitja Lluna que acompañaba a su alférez Quico Pérez, denominado «el príncipe del fuego», según una leyenda basada en una profecía que lo anunciaba para salvar a Altea de la avaricia del rey malvado.

El joven de 9 años, como persona importante de Oriente, era transportado sobre un palanquín que porteaban aguerridos guerreros a hombros.

Acto seguido desfilaron los Tuareg, Sarraïns, Moros de Bernia y Berebers para dar paso a Moros d'Arsem, que ostentan en reinado moro. Su boato estaba dividido en cuatro partes: el campamento y preparación de las tropas para invadir Altea, el desembarco de los moros, el asalto a la ciudad y el acomodo en la misma donde ya conviven con los nativos. Al rey le precedían la abanderada Mª José parra y la embajadora Lydia Junquera.

Un gran ballet con más de 30 bailarines vestidos de blanco y con una puesta en escena donde predominaba lo místico, lo sagrado y lo espiritual recreando el movimiento circular del cosmos acompañaban al rey, que llevaba la paz a esta tierra.

Embajada Cristiana

Durante el mediodía de ayer se celebró el alardo y la posterior Embajada Cristiana una vez acabada la misa en honor a san Blas. El embajador cristiano Jovi Ivars y el rey moro Raúl Morán entablaron una lucha dialéctica con enorme energía, el cristiano para reconquistar el castillo y el moro para defenderlo.

Las buenas palabras del principio dieron paso a frases amenazantes al final que llevaron a la lucha armada con la conquista del castillo por las tropas cristianas.