Altea es, desde ayer, mora. Tras una cruenta batalla que tuvo lugar al mediodía entre las tropas cristianas comandadas por el rey de Cristians de la Muralla, Vicente García Serrano, y las huestes moras bajo el mando de su rey de la filà Mitja Lluna, Vicente Orozco Martínez, el pueblo de Altea capituló y pasó a estar bajo el dominio musulmán.

Antes de la rendición cristiana, las tropas de ambos bandos se enfrentaron por las calles del casco antiguo con un gran despliegue de arcabucería. Cuando los moros llegaron a la plaza de la iglesia, donde se encuentra el castillo del señor de la villa, comenzaron el asedio. Desde las almenas, el rey, acompañado por su personal de confianza; el embajador cristiano Juan Francisco Mulet; el abanderado, Juan Vicente Ballester; la alférez, María Cano; y el abanderado de l'Associació, José Martínez, dirigía a sus tropas para defender el bastión. En la tregua, la embajadora mora, Anna Falgàs, actuó como emisaria de su rey para intentar, mediante la palabra, convencer a los cristianos de su rendición al tiempo que les recordaba que en Altea «tenemos nuestras raíces pues hemos estado los moros durante años y años», y recalcaba que «somos hijos de este pueblo, y vosotros, los cristianos, enemigos seculares del creyente mahometano, vinisteis con las armas y a la fuerza nos lo quitasteis».

En el parlamento, el rey cristiano no se dejó convencer tras oír las palabras y promesas de paz de la embajadora mora acusándola de ser una mentirosa y diciéndole que «es tan burda la falacia y tu argumento tan falso, que demuestran claramente vuestros designios malvados». El parlamento entre ambos mandatarios fue subiendo de tono hasta que finalmente cada uno llamó a sus tropas a volver a las armas para conquistar, los moros, y defender, los cristianos, el castillo de Altea.

Las últimas palabras que se escucharon antes de iniciarse de nuevo la batalla fueron las del rey Vicente García: «per sant Blai, pel nostre Crist, per la nostra Fe, per Altea!». Al final, las numerosas tropas moras vencían a los cristianos, y estos rendían la fortaleza.

Para mostrar su victoria con todo esplendor, por la tarde tuvo lugar la Entrada Mora. A partir de las 20.30 horas las huestes sarracenas iniciaron su ocupación triunfal de la villa, pese a la intensa lluvia que empezó a caer en ese momento.

Lo abrió la reina de fiestas, María Salvador Cortés, acompañada por sus 13 damas de honor ataviadas con el traje típico alteano. Tras ellas, marcharon las ocho filaes moras con la abanderada mora de l'Associació de Moros i Cristians Sant Blai, Dèlia Fuster Tàrrega, de la filà Els Tuareg.

Ya a mitad del desfile, la alférez mora, Lluna Espí Pérez, de la filà Moros de Bernia, apareció con un boato inspirado en su nombre, en las «Mil y Una noches» y en la sierra de Bernia. Narró una época inventada donde los alteanos se acomodaron por la bonanza económica dejando de labrar la tierra, lo que originó la ira de Alá y su castigo: ordenó a la luna no aparecer más, provocando la infertilidad por igual a tierras y mujeres. Arrepentidos, los alteanos subieron a Bernia para pedir perdón, logrando ver de nuevo el astro que comparte nombre con la alférez.

Cerró el desfile también la Mitja Lluna en una plataforma que simulaba un oasis. En ella, deslumbrantes, el soberano, Antonio Orozco Martínez, la embajadora Anna Falgàs Alvado y el abanderado, José Antonio Rueda Corral, junto a un boato formado por alrededor de 200 personas que también homenajeó a la luna y la noche.