Con la «Plantà de l'Arbret», la fiesta ancestral que en Altea se remonta con toda probabilidad a principios del siglo XVII para conmemorar el solsticio de verano y como signo pagano de la fecundidad de la tierra una vez acabadas las cosechas, se iniciaron ayer las fiestas de San Juan que el barrio del Fornet, en los intramuros del casco antiguo de Altea, celebra este fin de semana.

Este año se celebra el 400 aniversario del otorgamiento de la Carta Puebla de Altea que tuvo lugar el 11 de enero de 1617, y en la misma ya se habla de este rito y de que el 24 de junio era la fecha dispuesta por el señor de estas tierras para que sus vasallos le pagaran los impuestos.

Como manda la tradición, ayer por la mañana los mayorales de la comisión de fiestas de San Juan se trasladaron a Benilloba para cortar un gran chopo de unos 25 metros de altura destinado a ser plantado en el centro de la plaza de la iglesia de Altea cuando se fuera el sol. Trasladado desde la montaña al aparcamiento de la Facultad de Bellas Artes en una gran plataforma móvil, al filo de las 19 horas se iniciaba su traslado hasta la plaza de la iglesia, en los más alto de Altea, recorriendo las calles Benidorm, La Nucía, Costera dels Matxos, Calvario y Alcoy para, desde allí, dirigirse por la calle Sant Miquel hasta la plaza de la iglesia donde fue plantado pasadas las 21 horas, cuando el sol ya estaba en el ocaso y se ponía por detrás del Puig Campana.

El árbol, de una altura similar a la del campanario de la iglesia parroquial, era llevado con gran esfuerzo por un centenar de jóvenes en cuyos rostros se reflejaba el dolor de portar sobre sus hombros el pesado tronco. En el recorrido, y al grito de «aigua i ví!», los vecinos mojaban a los porteadores con cubos y mangeras de agua para hacerles más llevadero el esfuerzo.

La subida de la Costera dels Matxos fue espectacular, pues no podían parar a mitad de camino y había que empujar con todas sus fuerzas hasta la cima. Los jóvenes eran alentados por los vecinos, que les animaban con los gritos de «Amunt, amunt!».

El esfuerzo físico descubrían los músculos y venas en brazos y cuellos de los porteadores que al final de la empinada calle y al comienzo de la calle Calvari, hacían parada obligatoria frente a la casa de la «Tía Corrita», bajo la fachada trasera del templo, para homenajear a una de las personas más emblemáticas y recordadas de estas fiestas, fallecida hace varios años, con bailes al son de la dulzaina y el tambor y con el repetitivo grito de «Aigua i vi, vixca la mare que 'mos' ha parit!».

La llegada a la plaza de la iglesia fue impresionante. Con los rayos de sol entrando por la calle san Miguel, y bañando las sudorosas espaldas, los jóvenes exhaustos y con las ropas raídas se detenían en el centro y todos a una introducían el tronco del árbol en la tierra para, posteriormente elevarlo hacia las alturas mientras era sujetado por cuadro gruesas cuerdas atadas en el campanario y otras tres casas de la plaza para mantenerlo erguido. En su copa, las camisetas raídas que anteriormente habían cubierto los cuerpos sudorosos de los jóvenes colgaban a modo de trofeo o de homenaje hacia sus seres más queridos ya fallecidos, y todos a una danzaban alrededor del falo fecundador de la tierra para que esta siga dando sus frutos.