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Benidorm

Los supervivientes del plan Armanello

Sólo tres familias de la ciudad conservan grandes superficies de suelo en el área que hasta finales de los 90 fue la zona de huertas y veraneo de la gente del «poble»

Ángela Barceló, Consuelo Pérez y Miguel Martorell, en una zona plagada de basura en Armanello. Al fondo están las casas de su propiedad, que ahora están llenas de okupas. david revenga

El día que Consuelo Pérez recogía los últimos muebles y pertenencias que aún le quedaban dentro de su huerta del Armanello, había varios hombres esperando en la calle, junto a la valla, a que saliera definitivamente para okupar su casa. No le quedó más remedio que abandonarla, harta de tener que llamar un día sí y otro también a la Policía porque había llegado y había descubierto gente dentro; porque un día, mientras estaba en un lado del jardín, vio a dos personas salir corriendo entre los naranjos llevándose una de las mesitas de noche de la habitación de su abuela; porque la mayoría de sus vecinos se habían rendido y decidieron vender; porque todas las semanas le decían que a la semana siguiente iban a entrar las máquinas; y porque, entonces, el desarrollo de Armanello parecía imparable.

De eso hace ya cerca de 15 años. Ahora, después de tres lustros de parálisis, de incumplimientos, de ver cómo se degradaba el lugar donde crecieron y vieron crecer a sus hijos, propietarios de suelo en el mayor plan parcial aún por desarrollar en Benidorm se han constituido formalmente en una agrupación de interés urbanístico, que reúne ya al 70% de los titulares de las parcelas, para coger las riendas del sector, cuya superficie abarca 600.000 metros cuadrados y en la que estaba previsto construir tres mil viviendas. Tres familias de Benidorm, las únicas que conservan grandes propiedades que un día compraron sus padres o abuelos para levantar sus huertas, lideran esta agrupación. Son los supervivientes del plan Armanello.

La mañana que visitamos la zona para hacer este reportaje es para ellos una catarsis. Caminan entre matojos de vegetación seca, pantallas de ordenador desvalijadas, plásticos, colchones, muebles viejos, y montañas de basura afirmando no sentirse en absoluto identificados con el lugar. «Nuestra casa debe estar mucho más allá, porque esto no me suena de nada», se dicen Ángela Barceló y Consuelo Pérez. De repente, Miguel Martorell descubre que unos metros más abajo está la huerta donde cultivó naranjas y vivió los veranos de su niñez. Entonces, Consuelo reacciona: «Anda, entonces esa es mi casa», afirma señalando una edificación de dos plantas, característica por unos arcos que dan al exterior, pero que ahora, en lugar de naranjos, flores o tomates, está sembrada por completo de chatarra. «¿Y esa es la mía? No me lo puedo creer», añade Ángela. La imagen deja a los tres conmovidos, a la par que impresionados, por lo que acaban de ver.

«Yo he pasado muchas veces por el camino del butano, sí, pero nunca había entrado hasta mi huerta. Nunca desde que decidimos dejarla», explica Miguel, el más joven de los tres, con un tono que inspira cierta nostalgia. Lo mismo les ocurre a sus dos acompañantes. Tienen muchas más cosas en común.

Herencias labradas del turismo

Los tres proceden de sendas familias con gran tradición hotelera en Benidorm. Miguel y Ángela son primos hermanos y comparten el apellido de los Martorell. Entre otros bienes, todavía conservan los dos hoteles familiares Les Dunes -Suites y Comodoro- en primera línea de la playa de Levante. Consuelo es propietaria del Hotel Bristol Park, en la plaza del Doctor Fleming, que heredó de sus abuelos y de sus padres, y espera legar a sus hijos. Las tres familias labraron buena parte de sus posibles a la par del desarrollo turístico de la ciudad y en la actualidad representan a la tercera y la cuarta generación de hoteleros, respectivamente.

Entre los tres controlan casi 100.000 metros cuadrados de suelo en Armanello. Un suelo que nunca quisieron vender. «Podíamos haber sacado de ahí una fortuna. Hubo una época en la que te ofrecían hasta 15.000 pesetas por metro cuadrado, pero no quisimos especular», afirma Consuelo.

¿Por qué ese interés en mantener sus propiedades? Lo achacan a dos motivos. El primero, que nunca les hizo falta: «No teníamos necesidad y decidimos no vender», dicen. El segundo argumento, en el que también los tres coinciden, es todavía más rotundo: «Y porque nunca quisimos que se hiciera este plan ni que se desarrollara la zona. Queríamos mantener nuestras huertas tal y como estaban e intentamos resistir, pero no pudo ser».

No culpan a los que sí vendieron a bancos, inversores o al propio Ortiz. «Mucha gente tenía huertas pequeñas; otros tenían necesidades y les vino muy bien vender; y mucha gente también se asustó pensando que podía perderlo todo. Y era difícil decir que no, porque te llamaban constantemente, varias veces al día, ofreciéndote el oro y el moro o diciéndote que si no vendías, no ibas a poder hacer nada. Es normal que lo hicieran», afirman.

Sin voto en el Ayuntamiento

Por aquella época, cuando en el año 2001 el Ayuntamiento de Benidorm adjudicó la urbanización del sector al polémico constructor y empresario Enrique Ortiz, Ángela Barceló era concejal en el gobierno del PP. Recuerda que no votó los acuerdos plenarios que tenían que ver con este tema -debido a que la ley impide hacerlo a quien tiene intereses en un asunto- y que lo pasó mal por la decisión de sus compañeros de grupo. «Siempre estuve en contra de ese plan parcial pero, al final, yo eran una y el resto eran mayoría. No podía ir contra de todo el mundo». El marido de Consuelo, Francisco Santiago, era el ingeniero jefe del Ayuntamiento de Benidorm. Tampoco le valió de nada su oposición al desarrollo del sector.

Un vergel en plena ciudad

Las fincas que hoy son propiedad de los Barceló y los Martorell fueron en su día una sola. Su abuela, Rosa Llorca, fue quien adquirió los terrenos para tener un lugar de desahogo, porque le encantaba el campo. Allí, además de cientos de naranjos con los que cada día servían zumo natural a los clientes del antiguo Les Dunes, tenían vacas, gallinas, pavos reales, y sembraban patatas, pimientos, tomates o habas, cuando en otras zonas de la ciudad crecían los rascacielos. Después, dividió la finca entre sus dos hijos, que mantuvieron parte de la actividad agraria hasta que las tuvieron que acabar abandonando.

La huerta de la familia Pérez Moncho, heredada por Consuelo, fue comprada por sus padres en los años 60. Al principio, no había casa y los domingos, cuando iban al campo, sus padres marcaban con piedras cómo sería la vivienda que preveían construir como lugar de asueto. La hicieron grande y la equiparon con todas las comodidades para vivir. Hasta el punto de que los seis miembros de la familia -Consuelo, su hermana, sus padres y sus abuelos- lo hicieron allí de continuo durante ocho años.

Aunque ese nunca fue su uso mayoritario. Casi todo el vecindario llenaba las casas principalmente durante los meses de verano y también los fines de semana o los días de fiesta. Ángela y Consuelo recuerdan cómo solían celebrar allí cenas con amigos o los cumpleaños de sus hijos y Miguel, los suyos propios. Además, la casa de la primera, sirvió incluso por un tiempo como residencia de Eduardo Zaplana, que es su cuñado, cuando aún presidía la Generalitat.

La venta de la mayor parte de las viviendas y la marcha de sus propietarios hizo que la zona comenzara a degradarse y las casas, a llenase poco a poco de okupas. Entonces, llegaron los litigios judiciales, los incumplimientos por parte de Ortiz, el paso de los años y la inactividad total del sector. Hasta que el pasado 2015, el Ayuntamiento acordó retirar al empresario vinculado a las tramas Brugal y Gürtel su condición de agente urbanizador y desprogramar el suelo. O, dicho de otra forma, volver al punto de inicio tras haber perdido en el camino casi 20 años.

El nuevo/viejo Armanello

Ahora, ellos han tomado el mando. La agrupación de interés urbanístico que, junto a otros propietarios, entre ellos el propio Ortiz, abanderan estas familias persigue llegar a acuerdos con el Consistorio para poder urbanizar ellos mismos el suelo. Son conscientes de que costará mucho dinero y de que la única y mejor forma de hacerlo es siguiendo el modelo de construcción en altura de Benidorm: «Si algo funciona, no hay que hacer inventos», señala Ángela Barceló, que preside la agrupación.

Sin embargo, aunque asumen levantando los hombros que la zona acabará plagada de rascacielos, el Armanello de sus sueños es otro bien distinto al que tendrán que urbanizar: «A mí lo que me gustaría es volver a tener mi huerta», afirma Ángela, a lo que Consuelo apostilla: «O, al menos, poder entrar una vez más a la que fue mi casa y recordar lo felices que fuimos allí. Me conformo con eso».

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