¿En qué se centra el método de enseñanza que predica?

En la aproximación a las matemáticas a través de la experimentación con el fin de, primero, descubrir y, después, poner palabras a lo que hemos observado. Dar un nombre a algo siempre debe hacerse al final, nunca al principio de la explicación, como se viene haciendo.

¿Qué busca con estos cambios en la didáctica de las matemáticas?

Intentamos que las matemáticas salgan de la pizarra y emocionen e ilusionen a los alumnos. Hemos de continuar haciendo ejercicios, por supuesto que sí, pero además debemos de crear un tercer eje, el de la vida, porque las matemáticas están presentes en todo, en una cámara de fotos, en la luz, en las formas que nos rodean, en la estadística... Las matemáticas están en la vida. Por ello, es importante concienciar y motivar a los alumnos de hoy, que serán los ciudadanos del mañana, sobre la importancia de estas enseñanzas.

¿Cómo se lleva la teoría al aula?

Haciendo una didáctica muy asociada a la realidad que nos rodea. Hallar la temperatura del agua en la playa según la profundidad, buscar datos relativos al consumo del agua o de la producción de desperdicios son buenos ejemplos. Todo son matemáticas. Se trata de que los alumnos cuando salgan de aquí no solo sepan las matemáticas mecánicas que nos enseñaron a todos cuando fuimos a la escuela si no que adquieran ilusión y motivación. Otro de los objetivos es hacer cada vez más resolución de problemas. Pero no aquellas listas de problemas interminables. Lo que se busca es sumergir la clase en un ambiente de resolución donde el reto esté constantemente presente, el interrogante, la duda, la discusión. Y ahí conectamos con la argumentación o el razonamiento y también con la emoción.

Por sus palabras entiendo que no es muy partidario de sobrecargar a los alumnos con deberes. Un debate siempre presente en el ámbito educativo...

Cuando acabamos poniendo tareas repetitivas a veces la emoción de la que hablaba se pierde. No podemos olvidarnos de las tareas, porque los niños deben aprender una serie de procesos, si no esto sería pan para hoy y hambre para mañana. El niño tiene que saber sumar o resolver una ecuación de primer grado.

Entonces... ¿considera necesarias las tareas para después de clase?

No soy demasiado partidario de poner deberes. Pero tampoco creo que el debate sea sí o no, si no cómo. Los deberes deben ser muy suaves que no lleguen a atormentar emocialmente a los alumnos y que den rendimiento, esto es, que sirvan para aprender cosas. Hay que ser muy prudentes cuando se mandan tareas. Es importante tener un hábito de estudio, es lo único que me separa del no, pero con moderación y sobre todo que dejen un buen poso emocional porque de lo contrario lo que podamos ganar con los deberes lo perdemos con motivación del alumno, al que poco a poco iremos quemando. Si queremos mandar cosas reproductivas pongamos uno o dos ejercicios.

¿Por qué las matemáticas, en concreto, arrastran desde hace años esa mala fama a la hora de aprenderlas?

El conocimiento progresivo hace que algunos alumnos se pierden en el peldaño tres y ya no llegan ni al cuatro ni al cinco y vayan quedando descolgados. Con los métodos basados en la experimentación evitamos esto porque nadie se pierde en la vida. La abstracción que requieren las matemáticas es otra de las trabas. En ocasiones, los profesores nos precipitamos en llevar la abstracción a las aulas. La abstracción debe llegar pero con un camino progresivo que habremos empezado con la materia, con la experiencia, con la realidad. Otro de los problemas es que se trata un lenguaje que puede resultar para muchos críptico. Y la imagen social que tienen las matemáticas es otro de los factores clave. Muchas personas las ven como algo alejado a la realidad y eso se transmite también a los niños, a veces desde los propios padres. Para muchos las matemáticas han sido un tormento y es importante trabajar para cambiar este paradigma aportando experiencias matemáticas felices.

¿Qué valor añadido tendrá una generación matemáticamente bien formada?

Usar las matemáticas a la hora de tomar decisiones, como interpretar una hipoteca o unos planos. Pero también para que nos ayuden a pensar y, por ende, a aumentar la calidad de la democracia. Una interpretación fina de la estadística evitaría que en el debate político se den estadísticas sesgadas. Si el ciudadano tuviera una formación estadística fina, eso no podría pasar y sería contraproducente y los políticos irían bien alerta para que no pasara.