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EN PRIMERA PERSONA

El alma del negocio que vio crecer Benidorm

Pepa Farach Orozco regenta el comercio más antiguo de la ciudad en pleno Paseo de la Carretera, en la misma dirección desde hace más de un siglo

El alma del negocio que vio crecer Benidorm Foto de DAVID REVENGA

No existe en Benidorm otro negocio que haya soportado tan bien el paso del tiempo. Lo atestiguan su más de cien años de historia, pero también el ir y venir de clientes que cada día, a todas horas, entran y salen en busca de una cajetilla de tabaco. El éxito se debe en parte al tipo de producto que dispensan, que continúa teniendo miles de consumidores a pesar de sus efectos para la salud. También, a su céntrica ubicación: en el Paseo de la Carretera, probablemente la calle peatonal más transitada por los vecinos y turistas que recorren Benidorm. Pero, sin duda, la principal clave para haber aguantado tal longevidad es su dueña y alma del negocio: Pepa Farach Orozco, conocida por todos como «Pepa L'Estanc».

El apodo se lo ha ganado a base de dedicación, pero también le viene de herencia: de su madre y, antes que ella, de su abuela. «Éste siempre ha sido un estanco de mujeres, el de las tres pepas», dice orgullosa.

Nació el 17 de abril de 1955 en la casa familiar de Tomás Ortuño, en el seno de una familia acomodada, donde llegó a haber hasta tres mujeres de servicio. Su padre, Paco, calaba durante seis meses la almadraba en la costa de África y, al regresar a Benidorm, invertía parte de las ganancias en adelantarse a su época abriendo empresas pioneras en los años 40 y 50 del siglo pasado. De su mano vino la primera lavandería industrial que hubo en el municipio, El Pal, cuando Benidorm aún era un pueblo de hombres del mar o del campo y comenzaba el germen de los primeros hoteles; la primera oficina inmobiliaria; o la primera ferretería, Fargo, que no era más que una suma de los apellidos Farach-González.

Sin embargo, con sólo 50 años, un cáncer le segó la vida cuando Pepa acababa de cumplir los seis y dejó a su madre, también Pepa, viuda con otros dos hijos a su cargo: Concha y Paco. Recuerda que en aquel momento la vida les cambió por completo. Pero lejos de dejarse vencer por la adversidad, su madre se puso manos a la obra para sacar adelante a la familia. Y, entonces, la vida de Pepa quedó inevitablemente ligada al negocio que, aún hoy, ocupa casi todo su tiempo.

Muchos años antes, en 1912, un comandante autorizó a su abuelo Quico a abrir el primer estanco de Benidorm, en la planta baja de su casa donde vivían, cuando a punto estaba de finalizar el servicio militar. «Se lo dieron por honrado y buena persona. El comandante le dijo "¿Qué quieres para cuando vuelvas a tu pueblo?" y él le pidió un estanco», explica Pepa. Esta tarea la compaginaba con el cobro de tributos municipales y las labores de la huerta que tenía en el Armanello. «Así que, aunque el estanco era de él, fue mi abuela quien siempre estuvo detrás del mostrador».

Le contaron que la tienda abría a las seis de la mañana y encendían un farolillo en la puerta para alertar a los clientes más madrugadores. Además de tabaco, su abuela hacía alpargatas y también vendió las primeras postales de la época, entre ellas, una con una fotografía del Castillo, donde aparece su madre con otros amigos y cuya copia todavía conserva. Aunque el negocio comenzó a funcionar en 1912, concretamente el 11 de noviembre, todos los documentos, incluyendo la cerámica que luce en la puerta del propio estanco, fechan en 1914 el año «oficial» de apertura: «Tardaron dos años en hacer todo el papeleo, pero la fecha real es el 12, así que estamos a punto de los 104 años».

Junto a él pasaba la que entonces era la única carretera que conectaba Benidorm con el resto del mundo, de ahí su actual nombre de Paseo de la Carretera. Con un mostrador abierto a la calle, esta tienda fue testigo desde sus famosos arcos de toda la transformación que vivió Benidorm en el último siglo.

El estanco pasó de su abuela a su madre al poco de que ésta quedara viuda. Y la niña Pepa, a sus seis años, empezó así a familiarizarse con el oficio de vender tabaco, aunque siempre desde la barrera. Hasta que cumplió los 20. Su hermana mayor estaba casada y Pepa y su hermano estudiaban Arte y Decoración y Medicina, respectivamente. «Mi madre creyó que era yo la que tenía que encargarme, como una manera de dejar a la hija soltera un porvenir. Era la mentalidad de aquellos años. Así que dejé los estudios en Valencia y me puse detrás del mostrador». Y allí sigue.

En el año 2000, reformó y amplió el comercio. Uno de sus grandes valores es para ella el espíritu familiar que siempre le ha impregnado. Por eso, aunque nunca se casó ni tuvo hijos que puedan tomarle el relevo -«aunque me hubiera gustado mucho», dice- ha hecho de su estanco «una gran familia». Esa responsabilidad, de nuevo, le hace olvidarse por ahora de la jubilación: «Tengo gente que lleva 35 años trabajando conmigo y no puedo dejarles tirados. Así que aquí seguiremos el tiempo que haga falta. ¿Qué pasará en el futuro? Ya veremos».

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