La de anoche puede que sea la mejor edición del Castell de l'Olla en sus treinta años de existencia. La maestría y profesionalidad del pirotécnico Ricardo Caballer, un esplendido mar en calma y la colaboración de los dioses Perseo y Neptuno se unieron en sintonía para que los fuegos artificiales formaran una sinfonía de sonidos luces y colores como pocas veces se ha visto.

La playa de la Olla estaba abarrotada dos horas antes del inicio del espectáculo pirotécnico que, según Ricardo Caballer, «es el más grande de la Comunidad Valenciana». Los vagones del Tram llegaban a Altea abarrotados de gente hasta minutos antes de medianoche, hasta el punto de que muchos se quedaron en los apeaderos sin poder subir.

A los jardines de Villa Gadea comenzaron a llegar al filo de las 20:30 horas los invitados de la Cofradía del Castell y del Ayuntamiento, entre los que se encontraban el alcalde de Altea, Jaume Llinares; el presidente de las Cortes Valencianas, Enric Morera; el subdelegado del Gobierno en Alicante, Juan Antonio Gómez; el secretario de Estado de Administraciones Locales, Antonio Beteta; el comisario jefe provincial de la Policía Nacional, Alfonso Cid; el secretario autonómico de Educación, Miguel Soler; el diputado provincial Bernabé Cano, en representación del presidente de la Diputación de Alicante; los diputados nacionales Julián López y Gerardo Camps; y los rectores de las universidades de Alicante y Miguel Hernández, Manuel Palomar y Jesús Pastor, respectivamente.

Media hora antes del inicio, Ricardo Caballer ultimó con sus técnicos los detalles y controles para que nada fallara. Disparar el Castell de l'Olla era un reto, pues «se está a merced de las corrientes marinas y los disparos se ordenan vía radio. Si falla algo, no tenemos tiempo a lanzarnos al agua para solventar el problema», afirmó. Pero no falló nada y el Castell de l'Olla fue un espectáculo grandioso de fuego, luz y color que permanecerá por mucho tiempo en la memoria de quienes lo contemplaron, tanto en directo a pie de playa como en cualquier parte del mundo, ya que se retransmitió a través del canal del Ayuntamiento en Youtube.

Doce minutos antes de las doce de la noche, comenzaron a disparar una carcasa cada minuto anunciando el inicio del Castell. Ricardo Caballer, recientemente galardonado con el Júpiter de Oro de Montreal (Canadá), el Oscar de los fuegos artificiales, había preparado un espectáculo pirotécnico «muy especial, ya que se celebran los treinta años del Castell», afirmó. Y no defraudó, sino que logró la admiración, los vivas y los aplausos del respetable.

Durante 23 minutos, se dispararon 1.260 kilos de masa explosiva repartidas en 3.931 piezas instaladas en cinco grandes plataformas fondeadas en línea a 150 metros de la orilla, y en otras 3 más pequeñas distantes a 70 metros del público. El Castell de l'Olla se inició a las doce en punto con una gran palmera disparada a 250 metros de altura y con 300 metros de diámetro para abrir boca. A partir de ahí, los fuegos fueron disparándose sin pausa con una gran variedad de formas y colores, desde las clásicas colas de pavo real, marca del Castell de l'Olla, hasta un sinfín de palmeras pasando por formas elípticas, romboidales, aros, estrellas o medusas, y con colores de todo el espectro desde los dorados a los blancos puros pasando por los granates, verdes o azules.

El final del castillo de fuegos fue apoteósico, sorprendente e inesperado. Los últimos dos minutos y medio la bahía fue iluminada por un blanco intenso de más de medio centenar de palmeras que se dispararon sin pausa y casi al unísono. El Castell acabó con un atronador final que duró 45 segundos mientras la noche se convertía en día y el público estallaba en aplausos. En total se utilizaron 46 tipos de productos distintos y se dieron 1.222 órdenes de disparo.