Entrar en la casa de Vicenta Pérez Bayona (Barcelona, 1938) en el Paseo de la Carretera es como embarcase en un viaje alrededor del mundo. China, México, Brasil, Sudáfrica, Cuba, Rusia, Filipinas, Estados Unidos, Escocia... Toda la humanidad representada en una muestra de más de cuatrocientas muñecas. Cuqui, como la conocen en Benidorm, les cose vestidos, las viste, las peina y las mira con ojos de niña eterna. Son un símbolo que le recuerda día tras día sus orígenes. Porque la historia de esta colección es también la de muchos benidormenses que tuvieron un padre, un hermano, un marido, un tío, cuyo destino estuvo para siempre ligado al mundo de la navegación.

«Cada vez que venía de alguno de sus viajes, mi padre siempre me traía una muñeca. De cualquier parte del mundo. Así empecé a coleccionar y luego, ya de mayor, he ido ampliando con las que yo compraba cuando salía de viaje o las que me traían amigos que saben que me gustan tanto». El germen de esta particular casita de muñecas se remonta todavía más allá. El ejemplar más antiguo, de cerca de 120 años y hecho de celuloide, lo adquirió Jaime, su padre, en un viaje a Japón como regalo a la que entonces era su novia y después se convertiría en mujer y madre de sus tres hijos: Quico, Bea y «Vicentuqui», como la llamaban familiarmente hasta acabar siendo Cuqui.

Marino de profesión, el cabeza de familia pasó gran parte de su vida -desde los 19 a los 65 años- embarcado en el vapor Magallanes de la Compañía Trasatlántica Española. De ahí que la familia decidiera instalarse en el barcelonés y marinero barrio de La Barceloneta, a escasos metros del puerto de referencia de los buques de esta naviera y donde a mediados del pasado siglo vivía una de las colonias más importantes de benidormenses que se marcharon del «poble» para labrarse un oficio navegando.

Allí, en el número 25 del carrer del Mar, junto a la iglesia de Sant Miquel, transcurrió la infancia de Cuqui. «Veníamos siempre que podíamos a Benidorm, aunque cuando estábamos en Barcelona era también como si estuviéramos aquí, porque vivía muchísima gente del pueblo».

El vínculo de La Barceloneta con Benidorm se agrandó más si cabe gracias a una historia que tiene mucho que ver con la propia Cuqui. Poco después de hacer la primera comunión, una lesión de columna hizo que su espalda empezara poco a poco a desviarse. Los médicos aconsejaron operarla para intentar revertir aquella aún incipiente escoliosis, una intervención a la que fue sometida en 1953, cuando apenas tenía 12 años. «Dijeron que la operación había salido muy bien, así que mi madre quiso hacer una misa de acción de gracias y llevó a la iglesia que teníamos al lado de casa un cuadro de la Virgen del Sufragio. Se preocupó de reunir a toda la colonia de benidormenses y fue tal la respuesta que hasta Eduardo y Pepa Cortés cantaron las colpetas. Así que, a partir de ahí, decidieron que cada año se haría una misa cuando aquí se celebraban las Fiestas. Al principio se hacía con el cuadro que llevó mi madre, hasta que en 1970, siendo alcalde Jaime Barceló, trajo la imagen que aún se conserva en aquella iglesia», relata

Cuando contaba con 18 años, la muerte de su madre y la jubilación de su padre fueron claves para marcar el regreso de la familia a Benidorm. Y lo hicieron, cargados entre muchas otras cosas de las muñecas que durante la infancia había ido reuniendo Cuqui y de las que sigue sin separarse. De Mariquita Pérez a Cayetana, Marilyn, las primeras Nancys y Nenucos y un largo etcétera. Ahora, todas ellas tienen cada año el privilegio de poder escuchar antes que nadie los versos que Cuqui compone desde hace casi 40 a la patrona y que recitan las reinas infantiles de las Fiestas Mayores en noviembre y en marzo. «Aquí es donde ensayamos porque a las niñas les gusta mucho. El primer verso lo escribí cuando la ofrenda no era nada. Íbamos cuatro con el ramo. Lo recitó Esperanza, la de "la Sevillana", cuando fue damita. Su madre me dijo: "Podrías escribirle algo". Y así llevo ya casi 40 años».

Le gusta la evolución que ha experimentado Benidorm. Mucho. «Hemos progresado en muchas cosas. Ahora somos casi como una capital», dice. Sin embargo, lamenta que, en otras, «la vida ha cambiado. Añoro el Benidorm de antes, cuando para cruzar la Carretera tardabas una hora hablando con unos y con otros. Eso se ha perdido». Como consuelo mira otra vez a sus muñecas y sonríe. Y es feliz.