Las puertas de la iglesia parroquial de San Jaime y Santa Ana de Benidorm se abrieron ayer mucho antes de que lo hiciera el día. Frente a ellas se arremolinaban ya decenas de vecinos y devotos dispuestos a acompañar a la Mare de Déu del Sofratge por el casco antiguo para conmemorar el aniversario de su llegada a las playas aquel 16 de marzo de 1740. A las 5.30 de la madrugada, hora en la que según los archivos históricos se habría producido su hallazgo, apareció ella. El lucero que desde hace 276 años ha iluminado la fe de generaciones de benidormenses y que, ayer, regresó por unas horas a la misma costa que hace casi tres siglos la recibió con los brazos abiertos para adoptarla como patrona.

La procesión del Alba volvió este año a su recorrido habitual, después de que en 2015, con motivo del 275 Aniversario, la Comisión de Fiestas optara por hacer el itinerario al revés, saliendo del puerto para llevar a la Virgen hasta la iglesia. De modo que ayer, al son de la dulzaina y el tabalet, una vez más la imagen se asomó por el balcón de la plaza de San Jaime desde donde se vislumbra el mar, llegó hasta el Torrejó para bendecir Levante y, desde ahí, fue portada hasta el Paseo de Colón, donde se le dedicaron oraciones frente a la playa de Poniente y la del Mal Pas antes de regresar de nuevo al templo, cuando ya despuntaba el día, al filo de las siete de la mañana.

Las reinas de las Fiestas Mayores, Beatriz Amor y Paula González de Zárate, junto al alcalde Toni Pérez y el presidente de la Comisión de 2016, Manuel Agüera, fueron los primeros en poder portar en sus brazos la talla de la Virgen del Sufragio. Y tras ellos, de dos en dos, se fueron turnando las damas de las cortes de honor, mayorales, peñistas, miembros de la corporación y todo aquel vecino que quiso por unos minutos poder abrazar a la patrona. Siempre, eso sí, bajo la supervisión del dirigente de los mayorales, Agüera, que apenas se apartó de la Virgen en todo el recorrido y sólo lo hizo cuando dejó a otro festero a cargo de protegerla.

La marcha discurrió a un ritmo ágil, con parones momentáneos cuando los asistentes frenaban el paso para fotografiarse con la Virgen y lejos de los inconvenientes del Alba de 2015, cuando un chaparrón obligó a hacer el traslado entre paraguas, charcos y a la carrera hasta la iglesia. Aunque la participación inicialmente también se vio algo mermada con respecto a años anteriores, muchos vecinos que no salieron con la comitiva desde la iglesia se fueron sumando a la procesión para inaugurar así el día grande de la patrona.

Al término del Alba, tuvo lugar una misa de acción de gracias, tras la que la Comisión sirvió un desayuno a todos los asistentes como recompensa por el madrugón para acompañar a la Virgen.