El experto en acoso escolar, Javier Urra, inauguró ayer las II Jornadas sobre CyberBullying celebradas anoche en La Nucía. Urra es psicólogo forense de la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia y Juzgados de Menores de Madrid. Expresó sus conocimientos en el ámbito del acoso escolar delante de numerosas personas que acudieron a l'Auditori de la Mediterrània al que asistieron diversos profesores de la Marina Baixa.

¿Qué cree que es lo más importante para acabar con el acoso escolar?

La base fundamental es la Educación, que es mucho más que informar o enseñar a conocer. Hay que formar a los niños para que sepan lo que es el respeto a uno mismo, que es muy importante, (su honor, su imagen, etc.) y el respeto a los demás. Otros aspectos importantes son el afecto, la sensibilidad, la compasión, la empatía? esos son los antídotos o vacunas contra la violencia. Ahora, el problema hay que atajarlo desde las aulas.

¿Cuál es el papel de los profesores?

Los profesores tienen que liderar. Siempre parece que en su colegio no pasa nada y piensan que son «cosas de niños». Hay veces que sí, y no hay que darle mayor trascendencia, son hechos puntuales. Pero cuando vemos que es constante, humillante e insoportable, hay que intervenir. Si eso va a costar un disgusto con los padres, es parte de tu trabajo? Es duro, pero pueden buscar apoyo en el aula o en el inspector educativo, que también tiene una función que hacer. No es creíble que en un aula haya problemas y el profesor no se dé cuenta. O es un incapaz o es un impotente.

¿Cómo deberían de actuar los padres?

Yo les diría que hablen con su hijo y le expliquen que si surge algo en el aula o por las redes sociales, que se lo cuenten. Que ellos estarán atentos, reaccionarán, les querrán y les defenderán. Hay que ser sensibles. Creo que a los mayores se les olvida el sufrimiento tan incalculable que tienen los niños. Es durísimo.

¿Cree que ha aumentado este problema en los últimos años?

No sé si ha aumentado mucho en la estadística. Pero sí en la gravedad, porque se tiende a banalizar la violencia. Antes había una cierta ética de grupo: si ya se ponían muy pesados y machacaban siempre al mismo niño, el resto ponía un límite. Pero ahora hay mucho de: «¡Grábalo, si es un gilipollas!» El machaque es terrorífico, como si nadie quisiera pararlo.