Mucho ha llovido, dentro de lo que se puede esperar de Benidorm, desde aquel pequeño pueblo en el que vivían menos de 3.000 habitantes, allá por la época en la que la libertad era cosa de extranjeros y en España había un pequeño hombre que hacía y deshacía a su antojo en una dictadura que duró décadas. Por aquél entonces, en los años 50 y 60, este municipio costero despuntaba como una de las localidades en las que la libertad era algo más que una utopía y unas cuantas letras escritas en el diccionario. O por lo menos, eso es lo que reflejaban las películas nacionales de aquellos años y lo que calaba en las mentalidades de las personas que las veían.
El periodista Jordi Navas lleva 15 años, entre trabajo y trabajo, elaborando su tesis doctoral para la Universidad de Alicante en la que recoge toda la información relacionada con los rodajes nacionales que acogía Benidorm, hasta la actualidad. En ella relaciona la imagen de la ciudad y su arquitectura que tanto da que hablar, con la influencia que han ejercido en ella las obras, en este caso, las del séptimo arte. Concluyendo así en que el cine repercute en su morfología y viceversa.
Pero la atracción que existía entre estos dos universos, tuvo como consecuencia que muchos de los trabajadores de estas producciones eligieran la ciudad como principal lugar para vivir y grabar algunas de las películas más importantes de este periodo, cuando en la capital las mujeres tenían prohibido ir sin medias y Benidorm era el paradigma del «todo vale».Primeros rodajes
En este contexto, comenzaban a llegar los primeros rodajes a Benidorm, uno de ellos fue en 1940 con «La última falla», de Benito Perojo, que junto a Florián Rey eran los directores más importantes en este país.
Asimismo, muchos vecinos de la ciudad recuerdan el film «Alba de América» dirigida por Juan de Orduña, en el que participaron como extras personas tan importantes hoy en la localidad como el conocido «Quico el fotógrafo». La película está rodada en el Tossal de La Cala y en ella trataban de recrear una zona de América. A nivel internacional estaba Jess Franco, con el que colaboró en más de 16 películas de serie B el vecino de Benidorm, Colombo, quien trabajo también para Paul Naschy.
Otro desembarco importante de una figura del cine en la ciudad fue el de Florián Rey en 1956, relevante fuera de las fronteras ya que estaba casado con Imperio Argentina. Según explica Jordi Navas, hay testimonios que sitúan en el Hotel Avenida las tertulias entre el alcalde Pedro Zaragoza y Florián Rey en 1956. Este último se «desengaña» del cine de la época y se hace con el Mesón La Cala, donde muchos de sus antiguos colegas recalan para comer entre rodaje y rodaje. Una disparatada historia que si ocurriera en la actualidad sería algo así como ver a Amenábar sirviendo paellas a Javier Bardem a escasos metros de la arena.
Combinación de cine y música
Tanto era la fascinación de los directores por Benidorm que Benito Perojo fue el promotor de una ciudad cinematográfica, al estilo de la malograda «Ciudad de la Luz» de Alicante, pero proyectada en 1968. Éste incluía incluso hoteles y museos tal y como se puede observar en los planos que alberga el Archivo General de la Universidad de Alicante en el fondo documental de Pedro Zaragoza. Pero no llegó a materializarse. Y es que en aquellos momentos estaba extendida la idea de que se llegaba más al pueblo a través de la música y la radio. De ahí la creación del conocido Festival de la Canción de Benidorm. Además, era habitual meter con calzador la música en las películas, como era el caso de las protagonizadas, por ejemplo, por Manolo Escobar, que murió hace dos años en la capital turísticaManolo Escobar. Junto a él, muchos fueron los que decidieron instalarse en Benidorm, artistas como Tony Leblanc, Pedro Masó, Manolo Gómez Bur, José Luis López Vázquez, Rafael J. Salvia o María Jesus y su acordeón.
