Jamás tan pocos mandaron tanto. El popular Toni Pérez recibió ayer la vara de mando que le convierte en nuevo alcalde de Benidorm como si se encontrara en la fortaleza de una isla rodeado de enemigos. En primer lugar, porque sólo recibió el apoyo de los ocho concejales de su grupo -de un total de un 25-, lo que constituye el respaldo más frágil con el que contará un gobierno en la ciudad turística prácticamente en toda su historia; y en segundo término, porque Benidorm será una de las escasísimas urbes donde gobernará el PP, cercada, casi como si del poblado galo se tratara, por una marea de gobiernos municipales de centro-izquierda. Incluida, por si fuera poco, la Generalitat.

Pérez y su exiguo equipo se tendrán así que buscar la vida. Y lo deberán hacer con mucha mano izquierda. No les queda otra. El nuevo alcalde lo dejó muy claro al final de su alocución: «si el diálogo, el buscar puntos de encuentro, deben ser objetivos irrenunciables de cualquier corporación, el último mandato de nuestros vecinos no deja lugar a dudas». «Trabajemos todos juntos por Benidorm», agregó. La primera prueba de fuego sobre la capacidad de consenso del nuevo munícipe tendrá lugar en un mes, cuando llegue el pleno de organización que debe decidir cuestiones de tanta envergadura como los sueldos y las dedicaciones exclusivas.

Antes de eso, la sesión de investidura transcurrió sin sobresaltos. Es verdad que ningún otro grupo apoyó al PP. Pero también que la posibilidad de que PSOE, Ciudadanos, Liberales y Compromís unieran sus fuerzas para apartar a Pérez del poder había muerto el viernes, cuando después de las últimas reuniones Compromís anunció que no intervendría en esa maniobra. Ya antes, Ciudadanos había dicho lo mismo, con lo ese hipotético cuatripartito, alentado sobre todo por el ya exalcalde, el socialista Agustín Navarro, había fenecido antes de nacer.

La única alteración del guión fue que tanto la marca naranja de Rafa Gasent (3 concejales) como los Liberales de Gema Amor (2 regidores), que son las fuerzas ideológicamente más próximas al PP, decidieron no votar por sus propios candidatos, sino hacerlo en blanco. Según contaron, por motivos diferentes: Gasent, para curarse en salud y evitar la posibilidad de que socialistas, liberales y nacionalistas le hicieran por sorpresa alcalde, como apuntaban ciertos rumores; Amor, en cambio, para certificar que «otra política es posible» protestando así por el hecho de que desde las elecciones Pérez no se haya reunido con ella. Esta doble decisión podría interpretarse como un intento también de cuajar en el futuro un posible tripartito y por lo tanto un gobierno más estable, algo que de momento es sin embargo remoto: el PP no cierra la puerta a posibles pactos pero no necesariamente con esas formaciones; además, razona que pese a las dificultades podrá empezar a gobernar en solitario. Por su parte, PSOE (7 actas), Ciudadanos por Benidorm (3) y Compromís (2) votaron por sus propios jefes.

Pérez se colgó la medalla que le acredita como nuevo alcalde de Benidorm al filo del mediodía. Fue, por supuesto, un instante histórico. El PP recuperó en un enclave de tanto peso como Benidorm el poder que le había arrebatado el PSOE en 2009 merced a una controvertidísima moción de censura. Navarro, entonces el gran beneficiado y ahora el gran derrotado, fue el primero que, raudo y veloz, cruzó el parqué del salón y acudió a felicitar a su sucesor.

En este contexto, tampoco fue gratuito que Pérez elogiara a las corporaciones anteriores, en un guiño sobre todo a su antiguo mentor, Manuel Pérez Fenoll, el hombre que con aquel voto de censura fue desalojado del despacho más noble del «Rascasuelos». Fenoll estuvo en el acto junto a otros respetables integrantes de las familias del PP, caso del senador Agustín Almodóbar, Sebastián Fernández o Gerardo Camps. En su día, estos dos últimos se postularon frente a Pérez como posibles alcaldables del PP.

Como ya había hecho durante la campaña electoral, Pérez tendió la mano en su discurso, que leyó en castellano y en valenciano, no sólo al resto de la corporación sino también a los sectores empresariales, sociales y sindicales de la ciudad, que acudieron en tropel al pleno de investidura. Dijo que su primer objetivo será crear empleo. Reivindicó el modelo turístico de Benidorm pero alertó de las nuevas transformaciones de la sociedad y se propuso darles respuesta. Prometió «honestidad y honradez». Y advirtió, con cierta intención hacia su antecesor, que tendrá rigor «para decir no cuando así lo reclamen nuestros principios o el interés general».