La alegría fue la nota predominante de la noche de ayer con la entrada triunfal de las filaes cristianas tras vencer por la mañana a las tropas sarracenas reconquistando Altea para retornar a su condición cristiana. Ya antes de la última y definitiva batalla entre las tropas cristianas y las huestes moras, el embajador cristiano, Juan Francisco Mulet, en nombre de su rey, Vicente García de Cristians de la Muralla, había reclamado la recuperación de «la dulce Altea, el paraíso soñado» y para ello sus gentes contaban «con nuestra fe en Jesucristo» para recobrar Altea «piedra a piedra y palmo a palmo», prometiéndose ante el rey moro que cada trozo de esta tierra «volverá a ser nuestra, desde el Albir a la sierra Bernia». Y así fue. Y así lo celebraron los alteanos ayer por la noche.

Más de un millar de personas participaron en la Entrada Cristiana donde los principales protagonistas fueron la alférez María Cano Lloret, de Cristians d´Altaia, y el rey, Vicente García Serrano, de Cristians de la Muralla. Acompañándolo, también estuvieron su abanderado, Juan Vicente Ballester Bañuls, y su embajador, Juan Francisco Mulet Martí. El desfile, que discurrió por las calles Filarmónica y Pont de Moncau, la avenida Rei Jaume I, y la calle Raspall hasta la Plaça dels Esports, lo iniciaron la reina de fiestas, María Salvador Cortés, acompañada por sus trece damas de honor.

La alférez, María Cano

Después, la Entrada Cristiana daba comienzo con el abanderado cristiano de la Associació de Moros i Cristians Sant Blai, José Martínez López, de la filà Els Contrabandistes. Tras el desfilaron los miembros de su filà y los de las filaes Cristians de Carteia, Els Corsaris, Templaris d´Altea y Creuats d´Altea que dieron paso a Cristians d´Altaia con su alfére,z María Cano. La joven niña, montada sobre una carroza que simulaba un bosque encantado, hizo con su simpatía y gracejo las delicias del público congregado.

Su boato representaba la leyenda de que en la sierra Bernia habitaban los seres más bellos de la Tierra. María inculcaba su sabiduría a cada uno de ellos haciendo de Bernia un lugar mágico. Hadas, druidas, saltimbanquis? caballos de doma. Todo un espectáculo que anunciaba la llegada de la alférez, cuya historia cuenta que cuando Altea fue atacada y su ejército derrotado por los moros, el pueblo temía por sus vidas. María, reunida con el druida decide volver a Altea devolver la paz al pueblo, que la recuperó tras duras batallas. Como agradecimiento el pueblo engalanó sus calles y despidieron a María entre vítores cuando volvió a Bernia escoltada por la guardia real. La Entrada Cristiana fue «in crescendo». A la alférez le siguieron los miembros de las filaes Els Conqueridors, Maseros de Altea y Els Cebers que dieron paso a Cristians de la Muralla, la guardia de honor del soberano cristiano que iba montado en una gran plataforma junto a sus hombres de confianza, el abanderado, Juan Vicente Ballester, y el embajador, Juan Francisco Mulet.

El rey, Vicente García

El boato fue un homenaje al fuego purificador de todos los males y penurias. Un fuego que permitió que la paz retornara a Altea, y así lo mostraron en el boato donde también predominaron las águilas bicéfalas, emblema del escudo del rey, Vicente García, y su filà. El paso de Cristians de la Muralla provocó numerosos vítores del público, y desde los balcones de las casas por donde discurrió el desfile lanzaban serpentinas a modo de saludo hacia el máximo mandatario del bando cristiano de las fiestas de Altea.