Altea volvió ayer a vivir en paz tras un periodo hostil de escaramuzas entre las tropas cristianas y las huestes moras. Al mediodía de ayer, el pueblo alteano volvió a ser cristiano. Para ello fue necesaria una última batalla entre ambos bandos, una vez que el rey moro, Antonio Orozco, de la Mitja Lluna, se negó a abandonar la fortaleza sin derramamiento de sangre, tal como le solicitó el embajador cristiano, de Cristians de la Muralla, José Francisco Mulet. Al final, las tropas de la Cruz vencían y sometían a los sarracenos que se habían replegado a los alrededores del castillo. Con anterioridad a la última batalla se celebró una misa en honor al patrón de Altea, San Blas, a donde acudieron los cargos festeros, la comisión del Cristo, y numerosos vecinos. Cuando llegó el momento de recuperar el castillo por parte, la plaza de la Iglesia fue escenario de una ardiente batalla entre los moros y los cristianos. Durante la tregua, el embajador Mulet se acercó al castillo para parlamentar con el rey moro e intentar su rendición mediante la palabra. No fue posible, y tras media hora de parlamento, se producía la última batalla con la rendición mora.