Dicen que La Vila Joiosa, «la villa feliz», fue bautizada con tal nombre para que resultara más atractiva a posibles moradores en una época en la que los cristianos reusaban establecer sus hogares en la costa ante los constantes ataques que llegaban del mar. De mayo a septiembre los argelinos inauguraban las razias, las incursiones en tierras lejanas para hacerse con riquezas y esclavos que vendían al otro lado del Mediterráneo. Las gentes de la villa vivían en una constante amenaza, atenta siempre a los correos que llegaban advirtiendo de posibles ataques.

Uno de ellos es el que La Vila rememora año tras año durante sus fiestas de Moros y Cristianos. Ayer, los festejos llegaban a su ecuador con el Alijo de Contrabandistas y Piratas Corsarios y la Embajada Contrabandista, en donde se escenificó el momento en el que los viejos cristianos aceptaban la ayuda de piratas y bandoleros para luchar contra los infieles.

Sucedió un mes de julio de 1538. El servicio de espionaje de la Corona de España escribía al gobernador que una flota musulmana merodeaba por la zona tras haber arrasado los días previos las islas Baleares.

Mientras los barcos de la Media Luna avanzaban, La Vila hacía frente a otra amenaza. «Fascinerosos piratas», como los llamaría el gobernador, desembarcaban en su Playa Centro para saquear los bienes de sus gentes. Al encuentro de los Piratas Corsarios y de los Contrabandistas saldrían los integrantes de «Marinos» -compañía que ostenta reinado- y de los «Pescadores».

En la playa, donde hoy al amanecer se ha producido el Desembarco, todos lucharon. A pesar del intenso combate y la resistencia de las tropas cristianas, Corsarios y Contrabandistas llegaron a las puertas del castillo del Gobernador entre un fuego cruzado de trabucos que ensordeció a las centenares de personas que se congregaron para ver el acto.

Frente a la fortaleza arrancó entonces la Embajada Contrabandista

Este año, por primera vez, corrió a cargo de una mujer, María Muñoz, de la compañía cristiana Contrabandistas, que tomaba el relevo a su padre, Juan Muñoz Esquerdo, que la recitó durante tres décadas hasta hace varios años.

Apenas unas horas antes de la Embajada, Muñoz reconocía estar muy tranquila para ese momento. No en vano, Muñoz, de 42 años, lleva toda la vida saliendo en las fiestas, siendo este acto uno de sus preferidos. En cuanto al motivo que la empujó a interpretar la embajada explicó que fue para apoyar a su capitana, «amiga y familia», Analía Lloret.

En el parlamento fue fiel al guión y la Contrabandista ofreció la ayuda de los estraperlistas al gobernador para que los cristianos unieran sus fuerzas ante el asedio de las tropas moras que aseguraba habían avistado en otras playas de La Vila.

María Muñoz se presentó ante el gobernador representando a la «gente de los campos de Andalucía, los que no temen a la muerte porque desprecian la vida».

El gobernador despreció entonces a los andaluces llamándoles «escoria de la razón, villanos, hipócritas, ladrones».

Pese al desplante, la Contrabandista insistió. «Venimos a defender nuestra patria como gente brava y heroica que encontró la perla de los mares, la gentil Villajoyosa... Hemos visto azules banderas moras tomando posiciones en El Xarco y El Paraíso».

La amenaza sarracena hace cambiar de parecer al gobernador quien desiste de su empeño contra los hombres del sur, evitando una «lucha fratricida», decidiendo en su lugar «marchar unidos en defensa de la Patria» con quienes ahora ya denomina «leones de Andalucía».

Al grito de «¡A la lucha, a la pelea, a defender a la patria! ¡Que Santa Marta nos guíe! ¡Compañeros, viva España!» culmina la Embajada Contrabandista y la unión de todas las fuerzas cristianas contra los enemigos tunecinos, ante el júbilo del numeroso público que un año más se congregó en el paseo del Doctor Esquerdo para presenciar la escenificación. Finalmente, los cristianos comenzaron a abandonar el castillo en el que se interpretó, una hora después, la otra embajada, la Beduina.