Se puede ver alguno solitario durante todo el año pero es a partir de este mes cuando van apareciendo a lo largo de nuestra costa, de dos en dos o en pequeños grupos, apostados junto a la orilla con sus larguísimas cañas. Son los aficionados de un deporte que por ancestral casi puede considerarse un arte y cuya práctica va menguando de forma peligrosamente silenciosa. Un ejemplo es el número de clubes que llegó a tener la provincia dedicados a «la pesca con caña de mano»: medio centenar. Una barbaridad teniendo en cuenta que hoy no llega a la veintena.

Como otras aficiones ésta se enfrenta a la crisis por su coste, mucho más elevado del que creen quienes no lo practican. Cada «salida» supone unos 30 euros en cebo, porque sólo pescan con lombrices vivas, de diferentes clases, quedando en el olvido los cebos a base de calamarcillos y boquerones. «La caja de 5 lombrices Americana sale por unos 4,50 euros y la Serrín o Beta por 5,60 euros, también está la Coreana, la Tita...», relata Miguel Lorenzo, presidente del Club Jonense de la Vila Joiosa, uno de los más reconocidos de la provincia.

A las lombrices (y cañas, que oscilan entre los 200 y los 1.000 euros) hay que sumar la cuota del club correspondiente en el que se reúnen para competir. En el de La Vila, que inauguró este fin de semana la temporada 2014, sale a 70 euros al año. Y además, hay que sumar la licencia, que a partir de este mes de marzo será obligada para todos los pescadores.

Según explican, la Administración no contribuye en nada a mantener viva esta pesca. Por un lado, apenas dan subvenciones (el club vilero no ve una desde los 90), y por otro, «cada vez prohíben más cosas, como prohibir pescar en puertos o espigones». Pero hay más, las licencias obligatorias desde este año han incrementado su coste de 7 a 22 euros.

El otro problema al que se enfrenta la supervivencia de este arte es la edad. Hay pescadores que rondan los 70 años (el club Jonense llegó a tener una socia de honor que pasaba los 80, Antonia Llinares, fallecida el año pasado), pero según van haciéndose mayores les va faltando la energía necesaria para pasar horas -a veces noches enteras- lanzando 200 veces «el plomo» (de 130 gramos de peso) notando la fresca brisa del mar infiltrándose en los riñones.

De ahí que sea más necesario que nunca dar un empujón a los más jóvenes para que no dejen morir la pesca de sus antepasados. En este sentido, los pescadores vileros destacan por encima de los problemas todo lo bueno que esta pesca les regala: Un compañerismo envidiable y conversaciones que emergen del cuando uno pasa horas mirando el mar mientras cae el sol de la tarde, la mente relajada y evadida de las preocupaciones en cuanto se queda solo concentrada en el infinito azul, la naturaleza abrazándote y la adrenalina, el «subidón» que se siente cuando ha picado un pez y «se te pone el corazón a mil esperando que sea una buena pieza».