Los ejércitos se rearmaron ayer para la batalla final de la Vila Joiosa, el Desembarco. Los primeros en engrandecer sus filas fueron los del bando de la Cruz. Sobre las 18 horas, Mariners y Pescadors, fieles al gobernador de la villa, encontraban en sus playas a los piratas Corsarios, que llegados del mar, defendían -trabuco en mano- el último alijo que habían logrado arrebatar a barcos de incautos cristianos.

Tras una pequeña contienda, los Contrabandistas reclamaban a marineros y pescadores ser llevados hasta las puertas del castillo, donde requirieron hablar con el gobernador, iniciándose la Embajada Contrabandista.

Los bandoleros traían temibles noticias. En la Playa del Paraíso, a las afueras de la ciudad amurallada, tropas moras se armaban preparándose para una gran batalla. Ante la amenaza, los de Andalucía se ofrecen al gobernador de la Reina Cristiana para defender la plaza y «combatir a la morisca». El gobernador, sin embargo, declina el ofrecimiento llamándoles «escoria de la nación» y «villanos», despreciando su valor por su fama de bandidos. Pero la noticia de que en la zona del Xarco naves sarracenas están tomando posiciones, cambia el paso y acepta, invitando a los piratas corsarios a engrandecer las tropas de «la altiva y grande España».

Finalizado el Alijo y la Embajada Contrabandista, la multitud se desplazó hasta la avenida del País Valencia para ver desfilar las tropas moras camino al castillo. Se preparaba la Embajada Beduina.

En ella, se emula el momento en que los amos del desierto se ofrecen al soberano musulmán para las razias del Mediterráneo. Las espingardas beduinas se sumaron así al ejército capitaneado por el Rey de los Moros de Capeta con el objetivo de asegurar la victoria que tendría lugar al alba, una batalla que arrebataría a los cristianos la llamada, «perla del Mediterráneo», La Vila Joiosa.

Tras la Embajada Beduina, los festeros, moros y cristianos, regresaron a sus cuarteles para prepararse para una noche sin fin, aquella en la que unos se embarcarían en plena noche para lanzarse al agua y luchar, cuerpo a cuerpo, sobre la arena de la playa con las primeras luces de la mañana.