No caigamos en el engaño: si detenemos la mirada, esta foto va más allá de un simple instante congelado en una página o en una pantalla: nos habla de las pasiones del poder, de la fugacidad del triunfo, de la humanidad de la derrota. Y de una debilidad: la del presidente en funciones de la Diputación de Alicante, José Joaquín Ripoll, que, vencido y derrotado, rompe el protocolo y le niega en un hotel de Benidorm el saludo a su gran rival en el PP, Manuel Pérez Fenoll. Un gesto que incumple aquellos manuales que llevan siglos aconsejando a los políticos que jamas sustituyan el cerebro por las entrañas. ¿Cuándo pensó Ripoll en no estrecharle la mano a Fenoll? Conforme más irreflexiva haya sido su decisión, más espontaneidad nos aportará la imagen; en cambio, si hacía ya tiempo que Ripoll venía rumiando el desplante, la foto habrá perdido en frescura, pero su peso histórico será mayor: nos estará diciendo cosas del pasado que hasta ese momento sólo existían en la mente de nuestro hombre. ¿Cuándo lo decidió el presidente? ¿En aquel mismo momento, cuando vio que Fenoll se levantaba de su butaca y no pudo contenerse a pesar de estar rodeado de cámaras, focos, testigos? ¿Unos minutos antes, en su coche oficial, mientras viajaba por la AP-7, pensando, éste se va a enterar, hoy gesticularé como en una tragedia clásica mi testamento político y que caiga quien caiga? ¿Hace unos días, cuando el campismo sitiaba su feudo de Alicante? ¿Hace ya semanas, antes de las elecciones, cuando su gran pupila en Benidorm, Gema Amor, abandonó el PP para fundar el CDL y él percibió que, acechado por sus enemigos, sus amigos se retiraban? ¿Hace ya años, cuando aún le sonreía la vida y Fenoll se atrevió sin éxito a disputarle la presidencia del partido en la provincia por mandamiento de Camps? ¿Cuándo?

Vista así, la foto gana en espesor, en memoria: se amplía a la búsqueda de otras épocas, de otros instantes. Sucedería lo mismo con el otro protagonista, con el propio Fenoll. En principio, si nos atenemos sólo a lo que plasma la foto, vemos que Fenoll pone cara de póker, aguanta el chaparrón y censura compungido la mala educación de Ripoll. Cómo él mismo ha dicho en algunas ocasiones, a Fenoll se le puede acusar de antipático o de mantener abierta su consulta de dentista en plena vorágine política, pero jamás de perder las formas: para lo bueno (es más agradable tratar con gente así, que nunca te pagará con un desaire o con una mala palabra) y también para lo malo: esa fama de hierático, casi de robótico, frente a rivales que se sienten más a gusto en la improvisación, el chascarrillo, la palabra ingeniosa: sus propios enemigos internos, Amor o Ripoll, o el hombre que le ha arrebatado la Alcaldía, el socialista Agustín Navarro.

¿Y ya está? ¿Eso es todo lo que la imagen nos dice del candidato popular y flamante diputado provincial? Quizás no. Quizás también podamos imaginar que en ese momento Fenoll, en teoría la víctima del desplante, es en realidad el triunfador: y que el gesto de debilidad de su aún presidente provincial demuestra que éste, por primera vez en mucho tiempo, muerde el polvo. Así, mientras Ripoll no le saluda y los fotógrafos captan la imagen de la semana, Fenoll, sin saber donde guardarse el brazo, sí sabe qué hacer con su mente: piensa en todas sus anteriores derrotas, la de 2008 en aquel congreso provincial frente a Ripoll que perdió por 5 votos, la de 2009, cuando se vio apartado del poder municipal por un tránsfuga sin apenas palabras de aliento del ripollismo, la de 2011, cuando Amor le priva de ganar las elecciones. Después de encajar tanto, Fenoll descubre que aún le queda mucho: no es alcalde, sea, pero es diputado y Ripoll ya no. Controla el partido y Amor está fuera de él. Y mientras sueña nuevos poderes en Alicante les está diciendo a los dos, si un día queréis pactar conmigo para apartar a Navarro de la vara de mando de Benidorm, mis exigencias serán amplias. Muy amplias.

Ahora bien, de este retrato deberíamos también aprender que todos los triunfos, como todas las cosas humanas, son temporales; y aconsejar a Fenoll que vea en su desconsolado presidente no sólo un enemigo. También, un posible espejo. Por si acaso.