Son las ocho de la tarde. Comienza un ritual que pese a tener lugar en nuestros días a buen seguro sucedió siglos atrás. Vicente Santapau, el pirata corsario al que los cristianos aclamaron rey, se prepara para recibir a sus aliados y mostrar a las tropas infieles cuán grande es su poder. No le amedrenta el lujo mostrado por el sarraceno a sus súbditos la víspera. No cae en el engaño, pues ese esplendor ya lo ha visto en sus primeros pasos por «esta tierra». Ni siquiera el que su enemigo consiguiese reunir a todos sus capitanes le hace sentir miedo. Es mucha su responsabilidad, mucho el trabajo realizado, infinitas las horas imaginando cómo mostrarse a su pueblo, qué ofrecer para unir a las compañías cristianas bajo la sagrada Cruz. Implantar el miedo en las huestes mahometanas es su objetivo, mantener La Vila Joiosa cristiana, su fin.

Julio, su senescal, le pone con cuidado el traje, de seda blanco ribeteado en oro y piedras preciosas. Son realzadas con pliegues purpúreos en sus extremos, como lo es el interior de su capa. A escasos metros está su Reina, de cabellos dorados que son prendidos con cuidado a la corona. Junto a ella, las doncellas que la aguardan, calladas y expectantes antes de emprender camino sobre una carroza marina que será portada por las olas.

Al pirata le pesa ya una gran coraza dorada. Las manos diestras la atan a su espalda antes de colocarle la capa, anclada sobre los hombros. Mallas y protecciones relucen blindando al hombre que ya es guerrero. Sobre su rizada cabellera azabache es posada la corona ante los ojos asombrados de los súbditos que han sido testigos de la soberana transformación. Camina firme hacia el espejo que le guarda. Un minuto a solas antes de emprender su entrada. El tiempo justo para que su semblante cambie por completo, para que sus nervios se disipen de su rostro. Fuera de la tienda se escucha el estruendo de los tambores. La orden está dada y comienzan a partir mientras su guía termina de prepararse impaciente por reunirse con ellos.

Camina firme hacia el espejo para concederse el último minuto a solas antes de emprender su entrada junto a los centenares de fieles se han sumado a su causa. Es el tiempo justo para ver cómo su semblante cambia por completo, cómo sus nervios se disipan de su rostro para dar paso a la complacencia. Está satisfecho.

Frente a él ya está el Pirata Corsario que vino del mar a salvar a las gentes de la villa. Vicente Santapau, el Rey Cristiano de La Vila Joiosa 2010.