Disfrutar y ayudar. Disfrutar haciendo una ruta en moto, coche y quad por las zonas más deprimidas del interior de Marruecos y aprovechar el viaje para entregar ayuda humanitaria a los habitantes más pobres del país. Especialmente a los niños, sobre los que la miseria se ceba con especial fiereza. Eso es precisamente lo que ha hecho un grupo de 30 personas. Adultos y algún menor procedentes en su mayor parte del Alto Vinalopó aunque a la expedición solidaria también se sumaron amantes del motor de Alicante, Valencia, Castellón y Barcelona.

Durante diez largos días y diez cortas noches los pilotos y copilotos de los 20 vehículos que han participado en una actividad totalmente alternativa a las ONG han recorrido 3.000 kilómetros por caminos de tierra, arena y piedra sorteando montañas, ríos, precipicios y desiertos. Vías en muchos casos prácticamente intransitables porque, paradójicamente, las abundantes lluvias caídas durante los últimos meses en Marruecos habían provocado desprendimientos y arrastres borrando el rastro de estos caminos milenarios.

El viaje lo organizó Julio Tomás Competición, un taller de Villena especializado en vehículos 4x4, mientras que la castellonense Amparo Marzal se encargó de elaborar las ocho rutas de las que constaba el itinerario. Un duro trazado con jornadas de más de 200 kilómetros que se prolongaban desde el amanecer hasta el anochecer. Conocedores de la pobreza imperante en las zonas por las que debía cruzar la caravana, los conductores cargaron sus vehículos en España con más de 100 kilos de alimentos, juguetes, mantas y ropa. Ayuda humanitaria que repartían sobre todo entre los más pequeños. Niños que salían corriendo al paso de los coches dejando por un momento su obligación diaria de pastorear las cabras de la familia, se arremolinaban en torno a los vehículos y se marchaban a la carrera tan pronto como obtenían su "botín" para evitar que los mayores se lo arrebataran imponiendo su fuerza y estatus.

Entregar la ropa infantil a las mujeres era una misión prácticamente imposible porque ocultaban rápidamente sus rostros y huían de cualquier contacto con los hombres occidentales. Costumbres.

En el árido interior marroquí los expedicionarios se han encontrado con personas muy pobres y humildes pero muy amables y acogedoras. Sin embargo, en los poblados más remotos del Atlas se han topado con grupos de niños muy aguerridos que se subían a los coches, se interponían en su marcha y les lanzaban piedras y escupitajos para que se detuvieran y les dieran golosinas. Escenas aisladas que no empañan la extraordinaria experiencia aventurera y solidaria ni la "positiva imagen" que todos los participantes se han traído de Marruecos. De hecho, ya están pensando en regresar para que sus motores solidarios suenen de nuevo en el norte de África.