«Se ha convertido en una parte de mi vida. Muchas veces me quedo contemplándolas y me pregunto, ¿esto lo he hecho yo?». Juan Ferrández Peral es un crevillentino humilde que lleva más de veinte años plasmando a pequeña escala varios edificios singulares del municipio alfombrero, como también embarcaciones marítimas. Una afición que sigue dándole buenos momentos, y más ahora que tiene la oportunidad de mostrar su trabajo en la Cooperativa Eléctrica, en una exposición abierta desde hoy y hasta el 28 de abril, de lunes a sábado, bajo el nombre «Crevillent a escala».

Haciendo un repaso por la sala, se puede retroceder en el tiempo, ya que algunas de las maquetas muestran los edificios más significativos de Crevillent de los que, en algunos casos, sólo queda el recuerdo. Por eso, explica el autor, «recojo las vivencias que hemos tenido los crevillentinos», como podría ser el caso de la reproducción del matadero municipal, los molinos o el antiguo lavadero, que en sus orígenes fue una de las escuelas donde él mismo estudió.

En estas representaciones también hay cabida para templos de culto como la iglesia Nuestra Señora de Belén o la ermita de la Santísima Trinidad, además de otros edificios emblemáticos como la Casa de las Persianas, la Cooperativa o la fachada del Museo de Semana Santa. Sin embargo, el mar es una de las devociones de este crevillentino, y precisamente se inició en el mundillo de las maquetas en 1994, cuando su hijo le regaló un kit para erigir un barco pesquero desde cero. Sin embargo, la capa de pintura y los detalles al milímetro corrían a cuenta de Juan, que ha llegado incluso a hacer navegables las embarcaciones con sistema de motor.

A partir de esta primera etapa empezó a recrear ambientes pieza a pieza, «con mucha imaginación y aproximándome a la realidad», destaca. Los materiales principales con los que trabaja son la madera, la piedra o el aluminio. El rey de la corona es la reproducción del Titanic, «con bandera española porque lleva el sello de Crevillent», explica ilusionado cuando toca la maqueta, que supera el metro de largo y que también ha surcado los mares con el mando teledirigido.

Autodidacta sería la palabra para referirse al artista, que siendo un niño empezó a trabajar en el campo, en un taller de hilado, de adolescente pasó al sector alfombrero y más tarde al maderero, detalles que también se reflejan en sus maquetas. En definitiva, toda una vida trabajando y dedicando el tiempo libre para construir historia desde su propia casa. La familia lo apoya, y su hija le ha propuesto habilitarle una sala para guardar estos tesoros, pero necesita levantarse a todas horas y mirarlos, aunque teme por el futuro de la obra si no logra conservarse.