Crevillent despertó ayer entre el estruendo de una feroz guerra de arcabuces, pero se durmió con el ambiente dulce de la paz y el entendimiento entre los bandos moros y cristianos. En el día previo a la jornada que honra a San Francisco de Asís, los potentes truenos del alardo y la embajada al Rey Jaime I tomaron el municipio alfombrero desde bien temprano. Con el recuerdo de la mágica embajada cristiana protagonizada por los Dragones de San Jorge, los arcabuceros moros y cristianos tomaron sus arcabuces y la munición para congregarse en el Calvario y continuar una batalla entre bandos que llegó a su máximo nivel. Unos 70 kilos de pólvora fueron los responsables de que todos los crevillentinos pudieran sentir el estruendo del alardo de arcabucería.

Las diferentes comparsas bajaron desde el Calvario, intercambiando disparos entre las huestes de la media luna y las escuadras del bando de la cruz. El particular despertador resonó a través de La Morquera y Blasco Ibáñez, y propagó su eco hasta la plaza de la Constitución, en la que ya se llegó a una primera tregua. La guerra continuó con un recorrido vespertino, idéntico al de la mañana en el que los festeros reiteraron el sentimiento guerrero que inunda a los bandos en el preludio a la embajada al Rey Jaime I.

Este año, los festeros han tenido que hacer un esfuerzo especial para poder participar en la batalla de arcabuces, puesto que en enero de 2017 entró en vigor la nueva normativa de la Unión Europea con un control más exhaustivo para la utilización de la pólvora en actos festeros. No obstante, la Asociación de Moros y Cristianos de Crevillent se encargó de tramitar la licencia de armas para todos los festeros que solicitaron participar en este tradicional evento.

Tras la batalla de pólvora llegó el turno de la segunda embajada festera. El pacto de convivencia entre el Rey Jaime I y el Ra'is fue el eje y centro de unas celebraciones que se basan en este relato histórico. Mayte Pastor, la directora de las embajadas, puso el énfasis en la importancia de estas representaciones y la participación de los festeros y el público en ellas. En este sentido, también ensalzó el valor didáctico de estas fiestas con las recreaciones de unas embajadas que tratan de reconstruir la historia de la región, siempre con un toque de creatividad que cabalga entre la historia y la leyenda.

«Trato de que los actores reciten el texto lo más claro posible para que todo el mundo pueda enterarse fácilmente y entrar de lleno en la historia que se relata», aseguró la directora de las embajadas crevillentinas.

Crevillent revivió ayer por la tarde un momento decisivo de la historia cuando, en 1265, el diálogo fue el responsable de la instauración de la paz en el territorio. El embajador aragonés, papel rescatado de los textos originales en estas embajadas renovadas, fue el gran artífice de que el diálogo entre los dirigentes moro y cristiano llegara a buen puerto.

El narrador comenzó su relato en la plaza de la Constitución desde lo alto del castillo y, de forma clara, dibujó el contexto y el momento que estaban a punto de representar los cargos festeros, el entendimiento tras la batalla.

La recreación trajo a las tropas cristianas a la plaza de la Constitución, refugio para el Rey Jaime I. Este cargo de honor fue para Antonio Martínez Camacho, presidente de la Real Orden de la Dama de Elche. Los moros solicitaron que liberaran a su Ra'is. El intenso diálogo entre los protagonistas, marcado por la negociación derivó en un tratado de paz y unas tablas en la batalla en Crevillent. Este año, el ballet de las damas, uno de los momentos más destacados durante el acto, corrió a cargo de la escuadra beduina.

La trilogía de Moros y Cristianos acabó con una esperada armonía entre bandos. Las cesiones y las promesas de respeto entre el Rey Jaime I y el Ra'is dejó patente que los pactos son duros, pero compensan más que las guerras.