Carlos Ramón Pérez (Crevillent,1989) es una de esas personas perseguidas por el éxito. El director de bandas, que ya ganó la séptima edición del Concurso Europeo de Dirección en Bélgica, se alzó el pasado 19 de julio con la Batuta de Oro 2017 como campeón mundial de dirección de bandas para jóvenes. El certamen donde se entregó el premio, el World Music Contest, de carácter cuatrienal y celebrado en Kerkrade, Holanda, contó con la participación de 16 aspirantes al trono.

Usted empezó como trompetista. ¿Siempre tuvo como objetivo dedicarse al mundo de la dirección de bandas?

De niño, casi nadie tiene claro que quiere ser director al principio de estudiar música. Yo comencé con siete años y, evidentemente, me inicié con el instrumento de la trompeta primero. Desde que tengo uso de memoria sé que lo mío era la música, pero no que quería ser director. Eso lo decidí hace una década, aunque empecé a estudiar dirección a la edad de 21 años.

¿Qué valoración hace de su sector laboral en España en comparación con otros países del resto del mundo?

Se ha visto azotado por la crisis, como muchos otros. La cultura y el bienestar que se estaba construyendo en torno a ella ha desaparecido. En Holanda, por ejemplo, los directores de banda gozan de un mayor reconocimiento. Allí está todo reglado. Según los estudios se cobrar una cosa u otra, mientras que aquí cuesta mucho cuesta sostener una independencia económica. Muy pocas bandas se pueden permitir mantener ya no solo un director, sino una escuela. Tengo amigos en Holanda que dirigen cinco bandas, algo impensable en España.

Es conocido el prejuicio social que coloca a la figura del director como la persona que solo se dedica a mover las manos en, por ejemplo, una orquesta sinfónica...

Pienso que todos los músicos saben que el director es necesario y, por otro lado, este es consciente de que su figura no constituye el centro del universo, sino un elemento más de la representación y el espectáculo. Mi profesión se basa en dar, recibir y compartir interpretación. No obstante, sí es cierto en el caso de muchos directores de orquesta que están mitificados a la altura de un futbolista o estrella de rock y manejan mucho negocio. Lo veo como una esfera distinta a la mía.

¿Con qué compositor se ha sentido más cómo a lo largo de la su trayectoria profesional?

Tengo devoción por el repertorio romántico de finales del siglo XIX y principios del XX. Si tuviera que elegir a alguien, me quedo con el compositor alcoyano Amando Blanquer. Tuve que interpretar una obra suya en Italia antes de ir a Kerkrade. Nos ha hecho entender que la música de banda va más allá de las fiestas tradicionales y que posee una estructura tan compleja como la orquestal, coral o de cámara.

¿Tenía perspectivas de conseguir la Batuta de Oro 2017?

Lo veía muy complicado. Ha sido un proceso larguísimo. Este año se le había dado un enfoque mundial al certamen y se hicieron en 2016 nueve fases previas en varios países. Cada una de ellas finalizaba con dos vencedores que obtenían el billete para el World Music Contest. El nivel era estratosférico en todo momento.

¿Y ahora qué?

He conseguido algo grande, pero tampoco me gusta pensar en que tengo que poner punto y final a algo y empezar otra cosa nueva. Me lo tomo con naturalidad y sin obsesiones. Voy a seguir volcado en impartir docencia y en la dirección de formaciones profesionales, que es para lo que estudié.