Remedios Ludeña Gea tenía 19 años cuando desapareció de su casa una tarde de mayo de 1991. Faltaban quince días para el segundo cumpleaños de su hijo y tenía pensado hacerle una tarta, pero después de pedirle a su madre que la dejara volver media hora más tarde, a las once y media de la noche, para irse a dar una vuelta con unas amigas, no regresó nunca más. Han pasado 24 años y la familia de Remedios, que tiene cinco hermanos en el barrio del Calvario de Santa Pola, no ha dejado nunca de buscarla. Ni su madre, con quien comparte el nombre de pila, ni su padre, Pedro, conocido por todos como «El Pera», que ayer apenas podían contener la angustia y que no encontraban valor para acercarse al sitio donde la Guardia Civil la busca, un pozo ciego que se selló hace años y que apenas está a 200 metros del domicilio donde han vivido toda la vida. Remedios Gea dice que su hija desapareció dos veces, que en 1989 ya se la llevaron a la fuerza y consiguió escapar, que se la querían llevar a Tarragona y que nunca se supo a ciencia cierta quién fue, pero que antes de que se liberara de sus captores le dejaron clara una amenaza: «Mi hija desapareció la primera vez en el 89. Se la llevaron a la fuerza. Se pudo escapar pero estaba amenazada de que si se escapaba la volverían a coger y ya no volvería a escapar, y justo dos años después es cuando desapareció y no supimos nada más; según ella era gente desconocida pero luego dijeron que era gente del pueblo».

En 1991 se perdió su pista de forma definitiva, a pesar de las investigaciones policiales y de que desde entonces sus padres han viajado por toda España detrás de cada pista (la última vez este verano, según una cuñada de la desaparecida), han ido a platós de televisión y han dado cuenta de cada rumor a la Guardia Civil, sin saber que más de dos décadas después, a pocas semanas de que su hija hubiera cumplido los 44 años, estarían buscando su cadáver a la vuelta de la esquina. En realidad sí que alguna vez lo intuyeron, y Remedios dice que un vecino le dijo hace muchos años en el bar que ella regentaba que no iba a ver a su hija más con vida, que la habían matado y que la habían enterrado en algún lugar del barranco de Catarra.

La tarde del 19 de mayo de 1991 «me dijo que se iba a dar una vuelta, y yo le dije "nena, a las once en casa". Ella me dijo "mamá, a las once y media", me besó y dejó a su niño aquí. Esa noche que desapareció había aquí una furgoneta con pinta sospechosa y cerré con llave... Por la noche me dieron tres golpes en la persiana y oí correr, pero como ella llevaba llaves yo no lo pensé... yo no supe que eso era ella pidiendo ayuda...». El relato es vivo, fijado a fuego en la memoria de unos padres que han rememorado a buen seguro incontables veces aquellas últimas horas. Pedro Ludeña guarda silencio mientras su esposa Remedios Gea cuenta a la puerta de su casa que tiempo después reconoció en otra mujer la chaqueta que llevaba su hija cuando desapareció, que el hermano de unas amigas suyas también le dijo que la habían matado, que hay quien dice que aquella noche la oyeron gritar en el barranco... De todo aquello dice que fue dando parte a Policía Judicial. «Todo lo que he ido sabiendo se lo he dicho a la Guardia Civil».

No quiere hablar más, porque lo primero es que la investigación siga su curso. De trato llano, cercano y amable, la familia soporta el ir y venir de medios de comunicación y de curiosos, que los hay y a decenas. Hasta dice que las cámaras y periodistas que recorren el barrio recomponiendo una historia de hace 24 años no son molestia, que sólo espera no hablar de más porque así le han dicho que debe hacer. Se le quiebra inevitablemente la voz cuando concluye que lo único que puede esperar ahora es descanso y justicia: «Espero que, si es mi hija la que está ahí, descanse ella en paz, descansar yo, y que el que lo haya hecho lo pague».