Ellos conocieron el sacrificio que suponía la mar en el siglo pasado. Trabajaron día y noche durante media vida, cuando no había más allá de unas enérgicas manos para hacer realidad esta profesión. Ahora, tras haber sido testigos del antes y el después de la pesca, se confiesan como unos enamorados de este viejo oficio.

Vicente José Martínez Molina ha sido pescador durante más de cinco décadas, Vicenta Salieto Tarí se empleó en la labor de fabricar las redes de pesca en plenos años treinta y José Manuel Mas Baeza comenzó como hilador con tan sólo ocho años y a los catorce ya tenía la cartilla del mar. Estos santapoleros son un ejemplo de trabajadores incansables de una profesión que ha marcado sus vidas y la de todo un pueblo dedicado tradicionalmente al sector pesquero.

Si alguien puede conocer de cerca un oficio prácticamente extinguido, como es el de la confección de las artes de los barcos, ella es Vicenta Salieto. Con unos noventa años muy cuidados, recuerda cuando, tan sólo, a los catorce años entrelazaba las madejas de hilo para realizar las redes que servían para capturar el pescado. Con ahínco y esmero hacía las coronas (la parte del arte más costosa que sujetaba todo el peso del género). "Mi vida era levantarme, hacer la faena de la casa, hacer la red, hacer la comida, hacer la red y así todo el día, hasta llegar, incluso, a no acostarme para tener a tiempo el pedido", rememora Vicenta.

Esta mujer, que aprendió de la mano de su padre y de su marido, se acuerda del sacrificio que suponía cargar kilos y kilos de hilos en los brazos para después echar mano de la destreza y convertirlos en redes. "En aquella época, las mujeres salíamos a las calles a hacer esta faena que se ha mantenido hasta hace unos diez años, ahora las máquinas son las que hacen el trabajo. La red en Santa Pola se terminó", explica una mujer conocida también por vender patatas y pasteles por la playa.

Pescador hasta este mismo año, Vicente José Martínez, acaba de jubilarse después de cincuenta y tres años en la mar. Comenzó como grumete a los trece, se convirtió en patrón de pesca y durante décadas luchó para conseguir tener su propio barco. "Pepe Morruta" es el nombre que le dio a su embarcación en homenaje a su padre.

Y es que, pese a que ha soportado auténticos vendavales, cayó al mar en cinco ocasiones y tuvo que soportar el naufragio de su hijo, este marinero de pro confiesa que la pesca ha marcado toda su vida. "De lo que más me acuerdo fue de un viaje que hicimos hasta Ceuta para pescar caballa y nos tuvimos que volver costeando la tierra porque sufrimos una fuga de agua", apunta Vicente José. Ahora, este santapolero, hijo de padres pescadores, es consciente de lo mucho que ha cambiado este oficio. "Antes en el mar no había fronteras, la pesca era libre, entrábamos en los puertos que queríamos a vender y ahora los patrones se han tenido que convertir en informáticos", confiesa este trabajador que durante 24 años formó parte del cabildo de la Cofradía de Pescadores.

Auténticos marineros

Algunas de estas aventuras también las pudo conocer muy de cerca José Manuel Mas. Él a los siete años ya sabía lo que era trabajar. Sus manos de niño comenzaron a fabricar el hilo y las cuerdas con el que las rederas confeccionaban las artes de los barcos. Desde pequeño se afanaba en pisar las redes para que no estuvieran flojas a la hora de pescar. "A los catorce mi padre me hizo la cartilla del mar y después de muchos viajes me embarqué en un congelador, he pescado marisco en Ciudad del Cabo, calamar en Boston, y he navegado por las Palmas...", apunta este marinero incansable. Un período de 115 días es el tiempo que más ha estado en el mar José Manuel, quien a lo largo de su vida trabajó en 25 embarcaciones de tonelaje. Ahora, a sus 58 años recuerda que "cuando estaba en tierra más de veinte días se me caía la casa encima. Los pescadores estábamos enamorados de nuestras mujeres, pero también del mar".