Desde los romanos los manantiales sulfurosos fueron considerados panacea de un sinfín de enfermedades, pero fue en el siglo XVIII cuando la fe en las virtudes curativas de los baños termales alcanzó una gran popularidad. La hidroterapia era para los médicos del setecientos una posibilidad curativa que pasó a ser moda entre gentes pudientes, para quienes acudir a las estaciones termales de los Altos Pirineos suponía un viaje sentimental donde sanar el cuerpo y el espíritu. Las caldas de Barèges fueron famosísimas porque se decía que tenían el poder de revitalizar las potencias de varones decaídos y de damas menopáusicas.

Los baños de Busot, las aguas de sus manantiales, comenzaron en el siglo XVIII a ser conocidos y utilizados, hasta llegar a construirse en el siglo XIX un hotel balneario llamado "Miramar", que pasaría a transformarse, una vez adquirido por el Estado en 1936, en preventorio antituberculoso, y desde los primeros años 70 del pasado siglo en un lugar abandonado, sometido a un deterioro casi irreversible.

Las directora del Archivo Municipal de Alicante, Susana Llorens, la Doctora Maite Agüero y la investigadora Juana Balsalobre han iniciado un trabajo de investigación sobre la historia de este enclave histórico de la comarca de Alicante, y del que ofrecen una primera entrega en la revista Espacio, Tiempo y Forma, que publica la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad a Distancia. Su labor ha consistido en documentar los primeros años de utilización de las aguas de Busot con fines terapéuticos, y su cronología cubre únicamente los primeros cuarenta años, los comprendidos entre 1780, cuando se pueden encontrar las primeras referencias documentales en el archivo alicantino, y 1840.

A finales del siglo XVIII eran ya numerosas las gentes que acudían a los baños de Busot, donde existía una casa con pila grande y sudario y un edificio contiguo para enfermos. El estado era deficiente, y para su reforma y mantenimiento se levantaron diversos planos en 1802, que ya fueron publicados por Susana Llorens en el Catálogo de mapas, planos, dibujos y grabados, que la Concejalía de Educación del consistorio alicantino publicó en 2001. Tras la Guerra de la Independencia la Real Junta de Medicina reabrió los baños dotándolos de un personal mínimo, compuesto por un médico y dos bañeros de ambos sexos. Las aguas, que brotaban a 33 grados de temperatura, fueron analizadas por químicos de la Universidad de Valencia, y se certificó que eran adecuadas para el tratamiento de enfermedades cutáneas y venéreas, además de "reanimar las propiedades vitales", una de las propiedades que las hacían más atractivas.

Gracias al reglamento de 1817, que analizan las autoras, conocemos que los baños se abrían al público entre mayo y octubre de cada año, con la lógica separación de sexos, y como se procuraba regular con escrupulosidad la necesaria higiene en un lugar muy concurrido de enfermos y personas sanas deseosas de disfrutar de las salutíferas ventajas de sus acuíferos termales.

El estudio se detiene cuando el arquitecto García Faria proyectaba un nuevo edificio para la explotación comercial del entorno, con el aire propio de los balnearios decimonónicos. Será importante que las tres investigadoras prosigan su trabajo hasta llegar a la desoladora situación actual, con especuladores que aguardan su total ruina para sus particulares negocios, y donde charlatanes y desaprensivos de toda laya utilizan los despojos del balneario para inventar fenómenos paranormales o para cometer actos vandálicos que esquilman nuestro patrimonio y evitan el progreso del pueblo de Aigües.