Harold Acton (1904-1994) fue toda su vida un "esteta", que asumió el apelativo con agrado y responsabilidad, a pesar de cuanto éste encerraba de "burlesco" en los ambientes universitarios ingleses. Lo cierto es que la condición de amante sin reservas de la belleza y armonía del mundo fue algo casi inevitable en su existencia. Acton, nacido en Florencia, hijo de una de esas acaudaladas familias del Imperio, prendadas de la hermosa y confortable Toscana, y que suelen dotar a sus vástagos con "una generosa asignación" para que hagan algo útil en la vida -escribir un libro, por ejemplo- se crió en Villa La Pietra, un palacio del siglo XV que, durante su niñez, y según sus propias palabras, era un auténtico "palimpsesto arquitectónico". Allí, entre obras de arte renacentistas y barrocas, rodeado de jardines donde crecían, por igual, los macizos de flores y cipreses, que las fuentes rodeadas de conjuntos escultóricos clásicos, el joven desarrolló su pasión por cuanto tuvieron a bien alentar las musas, y tuvo la ocasión de escuchar y departir con visitantes asiduos, tan ilustres, como D'Annuncio, Gertrude Stein, Serguei Diaghilev, D. H. Lawrence o W. S. Maugham.

Un colegio en Eton, donde recibió la amistad y el magisterio de Aldous Huxley, y una larga estancia en Oxford, paseando por las praderas del Thames con Evelyn Waugh y Robert Graves, completaron su formación académica y artística, mientras frecuentaba clubes tan exclusivos como el de "Los hipócritas", bajo el lema de "¡El agua es lo mejor!", o el "Bullingdoon", una selecta y hermética sociedad gastronómica, cuyos miembros alquilaban un local para proceder a orgiásticas comilonas, con derecho a destrozar el establecimiento, como fin de fiesta.

Venecia, de la mano de Elsa Maxwell; París, junto a Cocteau y Max Jacob; Boston, con el privilegio de recrearse en la "colección" de la señora de Jack Garden, son algunas de las etapas de una juventud, que, convengamos, no esta al alcance de todos los mortales, aunque el precio sea escribir un libro de poemas. Y Acton escribió algo más: poesía -Aquarium- biografía -Nancy Mitford- ensayos sobre la historia de los Médici en Florencia y de los Borbones de Nápoles y unos extensos recuerdos de su existencia, bajo el título de Memorias de un esteta, cuya primera parte, la que hace referencia al periodo 1904-1939, publica la editorial Pre-Textos (2010).

MemoriasÉ es un libro elegante, que hace pleno honor al esteticismo de su autor al centrarse, casi exclusivamente, en la recreación del mundo cultural europeo y sus principales artífices, antes de la II Guerra Mundial. Un trabajo plagado de brillantes observaciones y juicios de valor, refrendados por una sólida erudición, y salpicado de agudos comentarios sobre otros personajes secundarios, hoy pasto del olvido, y que, aunque iluminan el auge de muchas corrientes y tendencias, ocupan tan solo el mausoleo del chauvinismo británico en aras de la amistad. Un compendio de viajes, entrevistas y experiencias artísticas que se encaminan hacia la cumbre de esos recuerdos: los años que van de 1932 a 1938, cuando el autor pudo cumplir su gran sueño de vivir y gozar de la cultura china, y hacerlo como un auténtico mandarín, moviéndose en los ambientes más refinados de Pekín. Pero MemoriasÉ es también un libro, en extremo, recatado; un claro ejemplo de esa urbanidad inglesa que oculta el "yo" y la privacidad bajo un espeso y largo gabán; en este caso bajo "un abrigo acolchado de la China" que diría el propio Acton. Las pasiones del autor, su homosexualidad, los chismes y aventuras que cincelan y animan una autobiografía durante la adolescencia y la fresca juventud, cuanto su compañero Wauhg calificó con hedonismo como "In Arcadia ego", brillan -con toda legitimidad- por su ausencia, y escamotean al curioso lector, la imagen que del escritor dieron sus colegas y amigos de Oxford, París y Pekín. No debemos pedir más. Son las Memorias de un esteta. Y en ningún momento, en sus cerca de setecientas páginas, hay lugar para la monotonía o el aburrimiento.