Gay Talese Historias de donnadies

El último mohicano del «nuevo periodismo» nos regala el que dicen que será su último libro, una serie de retratos, de historias de «donnadies» bajo el título de Bartleby y yo, publicado por Alfaguara

Gay Talese  en su casa de Nueva York.

Gay Talese en su casa de Nueva York. / INFORMACIÓN

Juan Gaitán

Juan Gaitán

En el número de abril de 1966 de la revista Esquire se publicó un famosísimo retrato de Frank Sinatra escrito por Gay Talese, titulado Frank Sinatra está resfriado. El artículo está considerado «la mejor historia jamás publicada en Esquire» (así lo eligieron cuando la publicación celebró su setenta aniversario en 2003, y no se ha rebatido esa afirmación). También es considerado el mejor perfil escrito jamás sobre el cantante y, por extensión, uno de los mejores publicados sobre alguien famoso.

Ahora, la intrahistoria de ese artículo es la parte medular del nuevo (y dicen que último) libro de Gay Talese (Ocean City, Nueva Jersey, 1932), lo cual no es improbable teniendo en cuenta los 92 años cumplidos del periodista.

Como decimos, la parte fundamental (y central) de este nuevo libro, titulado Bartleby y yo, la ocupa la intrahistoria de la entrevista que nunca ocurrió entre Talese y Sinatra. Pero vayamos por partes.

Talese trata de explicarnos, en la primera parte del libro, su particular y conocida afición por los personajes «marginales», no entendidos como personas que viven al margen de la sociedad y sus normas, sino más bien como aquellas que, siendo acaso imprescindibles o, al menos, muy necesarias para que todo funcione, nunca aparecen bajo los focos. Esos personajes anónimos son sus favoritos. Y son a esos a quienes se refiere cuando habla de Bartleby. Lo explica muy bien cuando señala que «como lector siempre me había sentido atraído hacia los escritores de ficción, capaces de que la gente corriente pareciera extraordinaria. Los que creaban a un alguien memorable a partir de un donnadie. Entre los escritores que lo habían logrado estaba Herman Melville, cuyo excepcional relato sobre un donnadie se titula Bartebly, el escribiente» (página 13).

Es fácil ser un donnadie, muy fácil. Basta con hacer bien tu tarea pero sin destacar entre los demás, no ponerte nunca bajo el foco. Yo he conocido cientos de Bartleby, seguramente soy uno de ellos. 

Talese, con una inmensa habilidad para contar estas historias, nos va llevando de la mano desde sus primeros días en el periódico The New York Times (donde comenzó de «chico para todo» y fue escalando peldaños), y nos cuenta cómo, desde el primer momento, se sintió atraído por las historias de los compañeros que no ponen su firma en los artículos: correctores, maquetadores, impresores… Esos que pasan desapercibidos pero sin los cuales el periódico no podría salir a la calle todos los días. A eso dedica el autor la primera parte del libro. Son historias jugosas, cálidas, humanas, entretenidas, algunas brillantes. El libro en esta parte es ameno y augura muy buenas perspectivas.

La segunda parte, la más extensa, es la que dedica a la historia de la fallida entrevista con Frank Sinatra, la intrahistoria de la entrevista que no fue, el relato pormenorizado del mes de perseverante intento (fallido) de entrevistar al cantante.

Aburre algo el relato sobre Sinatra, por momentos se hace un poco tedioso. Desde el principio el autor deja claro que nunca quiso hacer ese trabajo, que fue una imposición del editor de Esquire, Harold Hayes. Talese se esfuerza en demostrar que estaba a disgusto con el encargo, y que le resultaban mucho más interesantes los personajes que rodeaban a Sinatra, como su guardaespaldas o su sastre o Hellen Turpin, una señora contratada exclusivamente para llevar en un maletín los peluquines de la estrella, y que este en determinados momentos se revelaba como un tipo arisco, tiránico y desdeñoso, un divo en todo el estereotipo: «…era famoso por sus enfrentamientos con los directores y en especial por la ira que desplegaba cuando creía que su ritmo de trabajo se veía entorpecido» (página 132).

La prosa de Gay Talese es ágil, desenvuelta, pero no lo suficiente para levantar el tedio del relato de Sinatra, que parece dar vueltas sobre sí mismo para mostrarnos una y otra vez la personalidad tornadiza del cantante. Abunda en los detalles de vestuario, edad, estado físico y economía de los personajes hasta hacerlos, casi, repetitivos. Será ese material el que luego use para el famoso perfil publicado en Esquire.

La tercera parte es el retrato de un ser humano, un Bartleby que, a su pesar, adquirió una indeseada notoriedad. Aquí, Talese nos cuenta la historia del doctor Nicholas Bartha, pero, al mismo tiempo, la de su casa, uno de esos típicos «brownstones» que abundan en Nueva York. Este, en concreto, estuvo en el 34 Este de la calle Sesenta y dos hasta que su propietario, el susodicho doctor Bartha, decidió volarlo con él dentro por una desavenencia con su exesposa. 

Pese a sus altibajos, el libro se sostiene en pie gracias a la pericia de su autor. A fin de cuentas, es innegable el talento de Talese para contar historias. Es el periodista que todos los periodistas quisimos ser y no fuimos, el último representante de un modo de hacer periodismo que ya no existe, pero que sigue siendo igual de fascinante que siempre y, aquí, en este Bartleby y yo, recuperamos.