El mito de la innovación

Eduard Aibar analiza la ideología detrás de un concepto que ha sustituido al de progreso y que ya es el eje vertebrador de cualquier iniciativa científica, social o cultural

El mito de la innovación

El mito de la innovación / porJoséRamónNavarroVera

José Ramón Navarro Vera

José Ramón Navarro Vera

«Si somos capaces de producir nuevas tecnologías, habremos franqueado el umbral decisivo de ese camino hacia una España democrática»

Felipe González, expresidente del Gobierno (El desafío tecnológico. España y las nuevas tecnologías, 1986)

«Vender vendavales y presentarlos como inevitables y beneficiosos: esta es la pretensión de los gurús de la innovación» leemos en el prólogo de la filósofa Marina Garcés escrito para el libro de Eduard Aibar El culto a la innovación (Ned Ediciones, 2023) en el que se desarrolla un texto crítico sobre el concepto contemporáneo de «innovación» que su autor vincula al paradigma neoliberal. Este artículo expone algunas de las líneas de su contenido de este ensayo que contribuyen a conocer el significado y papel de un término tan presente en cualquier ámbito de la sociedad actual.

En la sociedad contemporánea, la idea de «progreso» ha sido desplazada por la de «innovación». La noción de «progreso» tiene su origen en la Ilustración, y aseguraba que, gracias a la facultad humana de la Razón, que no conocía fronteras geográficas ni de raza, la humanidad caminaba imparable hacia un futuro de bienestar material y perfección moral. En esa mejora para la vida humana que nos traería el progreso, la tecnología constituía una componente central, hasta el punto que hablar de progreso equivalía a hablar de cambio y avance científico y técnico.

El mito de la innovación

El mito de la innovación / porJoséRamónNavarroVera

Con el desarrollo del capitalismo durante el siglo XX, la idea de «progreso» se asoció a valores negativos o contradictorios. Las bondades de la tecnología y el optimismo en el futuro comenzaron a ser puestas en cuestión cuando se tuvo conciencia de los efectos aniquiladores para la humanidad que una ciencia y una tecnología incontrolada podría acarrear, a los que se unieron la constatación de la degradación de la naturaleza por la agresión y el consumo de recursos generados por la sociedad industrial y urbana.

En los años sesenta del siglo pasado, Herbert Marcuse (1898-1979) interpretaba críticamente el progreso como un proceso de «racionalidad tecnológica» que, si bien era cierto que había supuesto un aumento de la eficacia y eficiencia en la producción industrial, planteaba una paradoja: ¿cómo es posible un mundo de abundancia material conviviendo al mismo tiempo con tantas desigualdades y sufrimiento humano? Estas ideas fueron expuestas en El hombre unidimensional (publicado originalmente en Estados Unidos en 1964, y en España en 1968) que se convirtió en uno de los textos de referencia para los jóvenes rebeldes de Mayo del 68, y que se puede leer en la actualidad como una obra que anticipa el papel ideológico de la tecnología en el mundo contemporáneo.

El mito de la innovación

El mito de la innovación / porJoséRamónNavarroVera

Sin duda, la extensión de una visión crítica de la idea de progreso desde la II Guerra Mundial influyó en la mutación que experimentó el capitalismo, que se había consolidado como un sistema erigido en torno a los valores de las nociones de progreso y de democracia liberal. La nueva doctrina neoliberal, económica, política y cultural, sustituyó estos principios por los de «innovación» y «mercado». Es en este contexto en el que se desarrolla El culto a la innovación, del que me ha parecido oportuno exponer de modo sintético algunos de los términos más relevantes que mejor explican el ensayo de Eduard Aibar.

«La innovación tiene por fin último generar rendimiento económico a partir de una invención»

Innovación

«La innovación tiene por fin último generar rendimiento económico a partir de una invención, comercializarla y convertirla en un producto con valor de mercado. Para que algo sea considerado como innovación debe de ser disruptiva y generar beneficios económicos»; en realidad, de esta definición de Aibar de la «innovación» con la que arranca su libro, no se deduce que esta sea una noción nueva, en la medida que se puede interpretar como la implantación social y difusión de una invención tecnológica, comercializarla y hacerla rentable, que ya aparece con la Revolución Industrial. Como ocurre a finales del siglo XVIII, cuando James Watt se asocia con Matthew Boulton para comercializar la máquina de vapor perfeccionada por el primero. Pero la innovación neoliberal contiene una dimensión ideológica que, leemos en el libro que comento, «moviliza formas concretas de ser, de hacer y de pensar (…) Sirve para realzar y conferir autoridad a determinados agentes sociales y para invisibilizar a otros. Lejos de representar un recurso neutro o independiente ha devenido un mecanismo clave para el ejercicio del poder.».

Disrupción

Una de las estrategias de la cultura de la innovación tecnológica es la de crear «escenarios de ruptura» como sostiene Marina Garcés: «La disrupción permanente como nuevo orden». En El culto a la innovación, su autor escribe: «Una innovación disruptiva es aquella que crea un nuevo mercado y toda una nueva constelación de empresas, instituciones y servicios a su alrededor que aniquilan el ecosistema anterior». La idea de «disrupción» no es demasiado original ya que está basada en las tesis de Joseph A. Schumpeter (1883-1950) para quien el capitalismo es un proceso evolutivo de fases de innovación y destrucción. A esta segunda fase este autor la denominó «destrucción creativa».

Emprendedor

El medio del modelo neoliberal no es el sujeto racional sino el sujeto competitivo, que sustituye al anterior, y al que el autor de El culto a la innovación llama el «sujeto-empresa». El neoliberalismo es un proyecto totalmente opuesto al ilustrado, para el que el camino hacia la emancipación no está en la búsqueda de la verdad a través de la razón humana sino a través de las nuevas tecnologías. Este sujeto-empresa se encarna en la figura del «emprendedor», «una persona comprometida, eficiente, participativa y entusiasta, que al concebirse a sí mismo como empresa debe de competir constantemente incluso consigo mismo» (Aibar).

«En este modelo empresarial universitario la docencia no tiene relevancia»

Ciencia y técnica

Frente al concepto de la ciencia y la tecnología como «bien público», que defendían economistas como Paul Samuelson (1915-2009), el concepto de innovación neoliberal exige que la investigación en ciencia y tecnología esté alejada del Estado y de lo público. Para los teóricos de esta última línea, como Milton Friedman (1912-2006), la ciencia y la técnica no son bienes públicos, pueden y deben de ser aportados por el mercado. Se puede resumir esta posición en los tres puntos siguientes: En primer lugar, la ciencia y el conocimiento deben de estar sujetas a las leyes del mercado, lo que implica una «cosificación» de la ciencia, su conversión en producto y en input del crecimiento económico; en segundo lugar, la ciencia y la tecnología se reduce a un conjunto de «productos» y de «resultados», y en tercer lugar, como dice Aibar en su libro: «El conocimiento científico como entramado complejo de teorías, conceptos, paradigmas, métodos y prácticas, es concebido como mera información».

Universidad emprendedora

La noción de ciencia y técnica neoliberal implica un modelo de educación universitaria fundada en los valores del mercado y de la empresa. Es significativo que los objetivos de los centros de universitarios se establezcan como resultados de planes de producción: número de estudiantes, de tesis leídas, y de artículos publicados en revistas de impacto, etc. En este modelo empresarial universitario la docencia no tiene relevancia, queda relegada a un papel secundario atendido por profesores asociados. La educación universitaria se convierte en un servicio más que un derecho. De ese modo, la universidad está cada vez más alejada de la sociedad.

Innovación y democracia

Entre los diecisiete objetivos para el «Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030», que se han convertido en el guion que parece va a dirigir nuestra vida frente a los retos ambientales, sociales y económicos que se nos plantean en un futuro inmediato, aparece destacado el de «fomentar la innovación», mientras no aparece por ningún lado el de impulsar la democracia. En el libro citado, Marcuse defiende que la racionalidad tecnológica ha sustituido a la razón ilustrada legitimando su dominación sobre los hombres y la naturaleza: «En el medio tecnológico, la cultura, la política y la economía se unen en un sistema omnipresente que devora o rechaza todas las alternativas. La productividad y el crecimiento potencial de este sistema estabilizan a la sociedad y contiene el progreso técnico dentro de la dominación. La razón técnica se ha hecho razón política»

Es en Nosotros, la novela distópica del autor ruso Evgueni I. Zamiátin, de la que este año se celebra el centenario de su publicación, donde, en mi opinión, por primera vez se manifiesta como la «razón técnica» deviene «razón política». Sin necesidad de irnos tan lejos en el tiempo, en los años 80 del siglo pasado, el gobierno socialista encargó a Manuel Castells un informe que se tituló El desafío tecnológico. España y las nuevas tecnologías. En el prólogo, escrito por el presidente del gobierno Felipe González, aparece de modo inequívoco la identidad entre tecnología y democracia: «Y es el conjunto de nuestra sociedad, en sus expresiones culturales y artísticas, en su vida cotidiana, quien debe de vivir de forma original y creadora, en ese nuevo entorno tecnológico, logrando que nuestra identidad cultural se refuerce mediante una forma propia de construcción de la modernidad tecnológica. Si así lo hacemos, si somos capaces de producir nuevas tecnologías, habremos franqueado el umbral decisivo de ese camino hacia una España democrática, próspera, igualitaria, plural, moderna y pacífica que todos deseamos». (El desafío tecnológico. España y las nuevas tecnologías. Alianza. 1986.)

El texto de Aibar aporta claves que desvelan el poder de las nuevas tecnologías que tantas veces se dirigen más a crear nuevas necesidades ajenas a los problemas reales de la gente que a mejorar su vida. Como decía Akio Morita, físico electrónico japonés fundador de Sony: «Nuestro plan es llevar la voz cantante ofreciendo a la gente nuevos productos, y no preguntándoles qué clase de productos desean» (La guerra de los chips, Chris Miller, Peninsula 2023).

Los problemas a los que se enfrenta la humanidad en estos primeros años del siglo XXI se revelan como el resultado de una ausencia de establecimiento de límites al crecimiento industrial y urbano que si, históricamente, se ensañó en primer lugar con la naturaleza, en la actualidad constituye una amenaza directa para la especie humana. Aibar termina su libro citando a Bruno Latour (1947-2022) quien sostiene que, frente al proyecto moderno emancipador de toda atadura y límite, «nuestros cuerpos están imbricados en una red de interdependencias a múltiples escalas», por lo que para cambiar la vida, o para cambiar el mundo, «no nos sirven entonces los horizontes emancipatorios y revolucionarios en los términos en los que los hemos heredado». Son precisas otras formas nuevas de pensar, interpretar y practicar el mundo y nuestra existencia.