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Diez años de soledad

Volver al mundo posible de Macondo en "Cien años de soledad" de Gabriel García Márquez

Diez años de soledad

Diez años de soledad / JoséJoaquínMartínezEgido

José Joaquín Martínez Egido

Sabemos que hay novelas que no deben «leerse del tirón» cuando ya se las conoce. Así que este último mes he estado visitando Macondo con cierta regularidad con el objetivo de llegar, con la obra de nuevo leída, a esta semana en la que se cumplen diez años de la muerte de su autor y en la que celebramos el día del libro desde la Sede Universitaria de Elda con la conferencia dictada por la profesora Esther Soro: «10 años de soledad: recordando la obra de Gabriel García Márquez».

Ya me veis de vuelta en Macondo, asistiendo a su nacimiento («[…]una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto» p.21); a su eclosión mediante la modernidad que supuso el tren, la electricidad, el cine, los gramófonos y el teléfono (p.221) y, posteriormente, a la desintegración de una ciudad («Macondo estaba en ruinas», p.319) y de una estirpe.

Cien años de soledad (1967; Penguin Random House, 2017) de Gabriel García Márquez fue un éxito desde el año de su publicación. Cumplía con el estándar de la novela más tradicional con la historia de una familia a través de siete generaciones, con todos los temas esperables que un lector pueda pensar: amistad, amor, sexo, prostitución, traición, envidias, venganza, incesto, maldiciones, concubinatos, 20 guerras civiles interminables, dualidad política entre liberales y conservadores, incomprensión de la administración, muertes, buena gente, mala gente… y magia. Ahora bien, es en la forma de tratarlos donde su autor convierte su narración en un ejercicio singular mediante el llamado «realismo mágico»; es decir, integra en la realidad lógica elementos que no se corresponden con ella (la gallina de los huevos de oro, un fantasma debajo del castaño, la longevidad de algunos personajes, el calor que produce un personaje que mata a los pájaros, la llovizna de flores amarillas…). García Márquez crea un mundo posible, al modo que ya definió Wittgenstein, con unas reglas conceptuales y de expresión que son asumidas por el lector para su comprensión y disfrute. En la novela cabe todo, mediante la exposición y la crítica («Este hombre es marica» p.69; «el aspecto de desamparo propio de los vegetarianos» p.79; «Lo único eficaz es la violencia» p. 104), con un fondo social detrás de todas las revueltas y guerras en consonancia con la realidad histórica, siempre fuera de Macondo. Es una novela entre la magia, la tragedia y la violencia, pues esta es una constante en ella, no solo expresada por la guerra, sino en cualquier ámbito vital y en múltiples manifestaciones, tanto físicas, verbales, psicológicas, tanto entre el hombre y la mujer, entre padres e hijos, entre hermanos, entre los políticos …, es decir, en cualquiera de las relaciones que puedan establecerse.

Un narrador tradicional omnisciente perfecto, que cuenta un acto lector, y que se sirve de la acumulación de hechos seguidos, con párrafos de más de una página que todavía amalgaman más los hechos, con frases larguísimas de las que el lector no puede apearse, frente al empleo de la frase corta cuando el ritmo es lo importante hace fluir el torrente que es esta novela. Este modo narrativo trepidante hace que el lector se sienta fuertemente zarandeado y también acunado con mucho amor; pero nunca indiferente ante lo narrado. Este rasgo fundamenta la fuerte experimentación que la novela ofrece, así como, si bien todo en ella parece lineal, es en realidad envolvente, hasta el punto de que es un ejercicio lector algo arduo el seguir e identificar a los personajes, si no se tiene el árbol genealógico de la familia Buendía delante; pues, por ejemplo, la repetición de los patronímicos de los personajes masculinos, con los retraídos y lúcidos Aurelianos y los Arcadios, impulsivos, emprendedores y trágicos (p.182), no es nada casual, pues ya sabemos que «las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra» (p.399)

Y ¿Por qué deberíais de leer esta novela? Porque tanto si ya la habéis leído, si lo intentasteis y la postergasteis, o nunca os habéis acercado a ella, vais a encontrar un ejercicio narrativo singular que puede ser considerado simplemente «Arte»; y porque el artista consigue que esos diez años de soledad, y todos aquellos que vengan, se compensen siempre cuando cualquiera de nosotros vuelva Macondo.