La cultura valenciana exiliada

En La pàtria llunyana, Josep Palomero refleja la miseria cultural que para España supuso la marcha de centenares de intelectuales

La cultura valenciana exiliada.

La cultura valenciana exiliada. / AVOL

Emilio Soler

Emilio Soler

Mi amigo Josep Palomero acaba de enviarme su último libro que supone un reconocimiento a tantos y tantos cientos de intelectuales valencianos que tuvieron que huir de España y marchar a tierras americanas (y francesas) huyendo del fascismo y de la represión, curiosamente la misma represión cultural que se repite allí donde gobierna el Partido Popular con sus aliados de VOX.

Las casi cuatrocientas páginas del libro del que Palomero se ha erigido en editor es un compendio en valenciano (otra de las actitudes represoras de nuestros gobernantes actuales en el País Valenciano) que, dividido en cuatro grandes apartados, refleja de manera sucinta pero bien significativa la miseria cultural que supuso para España la pérdida de estos hombres y mujeres.

Recuerdo perfectamente cuando la hija de Max Aub, Elena, mujer de enorme belleza e inteligencia, ofreció la oportunidad que la Generalitat conservara el legado bibliográfico de su padre. La presentación fue un modesto recuerdo, El Juego de Cartas que su padre había realizado para el editor Alejandro Finisterre, juego que Max Aub firmaba como el pintor imaginario y que a tantos críticos de arte confundió, Jusep Torres Campalans. El legado en estos momentos está en la Fundación Cultural que el escritor, valenciano por elección, tienen Segorbe.

La cultura valenciana exiliada

La cultura valenciana exiliada / porEMILIOSOLER

Otro recuerdo más reciente me viene a la mente cuando María José Carrillo, profesora del Conservatorio, planteó que en la Universidad de Alicante le dirigiera su tesis doctoral sobre un músico alcoyano, Carlos Palacio, famoso entre otras composiciones por su Himno de las Brigadas Internacionales, encargo del gobierno republicano. El tribunal que juzgó el trabajo de María José le otorgó un merecido «cum laude», defensa que culminó con la música pianística de Palacio.

Juan Gil-Albert, poeta también de Alcoy, con el que compartí algunas interesantes reuniones en mi papel de director general de Cultura y al que debo algunas magníficas veladas en las que se hablaba de literatura y se solapaba la política cuando sus familiares, siempre atentas mujeres, nos preparaban un té con pastas en su domicilio valenciano mientras él ponía al día sus obras completas.

Pero tal vez mi recuerdo más estrecho se lo lleve el cineasta e intelectual Ricardo Muñoz Suay, con el que compartí amistad y discusiones políticas. Vecino de piso era junto a su compañera de entonces, Nieves, un tozudo discrepante y un ameno conversador, especialmente cuando narraba las mil y una historias de su azarosa vida, desde que huyera disfrazado de niño del campo de Albatera y se convirtiera en hombre-topo en la cocina de su elegante casa familiar valenciana hasta ser ayudante de dirección con Berlanga en Bienvenido Mr. Marshall o productor con Buñuel de Viridiana.

En suma, un libro absolutamente imprescindible para recordar aquellas figuras intelectuales valencianas que tuvieron la desdicha/fortuna de exiliarse para no perecer, y no solo intelectualmente, en nuestro país. Como Miguel Hernández, entre otros.