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Un mal asunto de firmas

El universo Pérez-Reverte está hecho de hombres y mujeres solitarios, desencantados y valientes, solo que esta vez no tiene alma

El francotirador paciente es una novela de Arturo Pérez-Reverte que parece escrita por un (mal) fan de Arturo Pérez-Reverte. Es decir, en ella están todos los elementos que han distinguido a un buen novelista durante muchos años. Están los personajes límite, están los viejos códigos de honor que obligan a vivir y a morir de una determinada manera, están los giros académicamente espaciados, está el cosmopolitismo, están los prolijos trabajos de investigación y documentación, la ciudad puesta en función literaria, las enfermedades de una sociedad, la verosimilitud de ciertos giros del habla... y sin embargo nada funciona. El conjunto final está muerto. Frío. Bajo cero.

Es como si, en un juego de grafiteros, alguien le hubiese copiado la técnica con solvencia pero hubiese olvidado que la tramoya no es nada sin un hilo vital que la sostenga, sin una emoción que haga avanzar la trama y posibilite que al lector le importe lo más mínimo lo que le sucede al tal Sniper, a Alejandra Varela o a cualquiera de los personajes-maniquí que jalonan el relato.

Volvamos al principio. Si en Pérez-Reverte todo es trama, entonces vayamos a la trama: el mundo del graffiti está dominado por Sniper. Un misterioso autor crítico con el sistema político y con el mundo del arte como negocio, que actúa por diversas ciudades de Europa y cuenta con un nutrido grupo de seguidores que, como si se tratase de una hermandad secreta, ejecutan sus llamamientos desde la sombra ubicua de la red. Son actuaciones a caballo entre la performance artística y la guerrilla urbana. En una de esas acciones, sin embargo, muere Daniel Biscarrués, un joven cuyo padre, el temible empresario Lorenzo Biscarrués, pone precio a la cabeza de Sniper.

Por otro lado Alejandra Varela trabaja como scout literaria. Es decir, localiza a los autores más prometedores y los recluta para el mejor postor editorial. Alejandra Varela, Lex, recibe el encargo de encontrar a Sniper y conseguir que el escurridizo antisistema acepte una propuesta que lo traerá a los circuitos convencionales del arte a cambio de hacerle rico.

Y ya está. A partir de aquí empieza un juego del gato y el ratón que cuenta con sus esbirros embozados, sus confidentes, sus de oca a oca por diferentes ciudades, sus ¡oh, maldición! y que deja al lector una incómoda sensación de estar siendo manejado a desgana por un circuito que ya ha recorrido muchas veces antes. Todo parece forzado. Incluso las presuntas sorpresas. Los personajes no tienen vida propia sino que se mueven al dictado de las necesidades de la trama.

Valga como ejemplo la propia Alejandra Varela. Es, por decirlo pronto, Diego Alatriste. La sombra de la sombra de la sombra de Diego Alatriste. Es un apunte en word que no ha merecido mejor suerte.

Para los fans de Arturo Pérez-Reverte siempre quedaran otras novelas, otras buenas novelas, estas sí, escritas con intensidad, en que los personajes respiran, sudan y sangran sangre de verdad, en las que el peligro es real y el lector avanza con el estómago encogido por ciudades bombardeadas o por la cubierta de su barco favorito.

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