«El medioambiente del consumismo ciberfetichista nos somete una presión brutal [?]: teclear ciento cuarenta caracteres vestidos como payasos con ropa de marca es la nueva frontera de la banalidad». Así termina el libro de César Rendueles, Sociofobia: El Cambio Político en la Era de la Utopía Digital (Capitán Swing, 2013). Con una patada en la ingle. Cuando lo cierras ya no te quedan ánimos para conectarte al Facebook y soportar los posados del personal? Todo el libro, en realidad, es un tsunami contra las redes de Internet y el ciberfetichismo actual. Cuesta recordar algún superviviente en su aguda crítica hacia dogmas de Internet como la inteligencia colectiva, la conectividad, los recursos de uso común (RUC), el cooperativismo 2.0, etc. Y parece que en cada uno de estos derribos podemos estar incluidos.

Rendueles es doctor en filosofía y profesor en la complutense de Madrid. Entre sus obras, cuenta con dos recopilaciones sobre Karl Marx: una selección de textos sobre la teoría del materialismo histórico, y una memorable edición antológica de El Capital (también editada por Capitán Swing, 2011). Con esta base, traza en Sociofobia una «zona cero» introductoria, un ¿cómo hemos llegado a esto?, desde la que luego analiza lo que él mismo considera una interpretación errónea de las tecnologías en red. Rendueles señala que las ciencias humanas han demostrado que la modernización tecnológica, especialmente desde el periodo de la industrialización, siempre ha sido un sinónimo de la destrucción de los lazos comunitarios tradicionales. Y este momento que vivimos no es una excepción. Las redes sociales, las webs de cooperación, las redes P2P y demás plataformas de Internet que nos permiten actuar con inmediatez, sin estrechar lazos e incluso desde el anonimato, han ampliado nuestro mundo personal pero, a su vez, lo han vuelto más difuso y discontinuo. Al contrario de lo que muchos pregonan, ni han reconstruido la maltrecha y fragmentada subjetividad posmoderna, ni han resuelto la continua fragilización del vínculo social tras la mecanización capitalista. Más bien, suponen la deflación de nuestras expectativas frente las relaciones sociales y la bajada del listón frente a lo que podíamos considerar aportaciones inteligentes (¿O hacemos un recuento en blogs, Twitter's, Facebook's y demás de los comentarios que valen la pena?). En sus propias palabras: «Las tecnologías de la comunicación han generado una realidad social disminuida, no aumentada».

Ahora bien, ¿quién es el culpable y quién es el beneficiario de esta situación? Es de agradecer que el autor no se dedique a señalar y argumentar con opiniones disgregadas o poco sólidas (muy comunes en este tipo de textos alrededor de Internet y las redes de comunicación). No hay vuelta de hoja: nosotros nos hemos puesto las muletas informatizadas y hemos continuado legitimando el consumismo como una forma de definirnos y estar en el mundo. Nosotros hemos optado por pensar que somos sofisticados actores en un sistema global de información y comunicación. Pero continuamos al margen, contentos bajo la reconfortante sensación de concreción que nos proporcionan las plataformas digitales. Los auténticos beneficiarios son los del siempre, las élites económicas y políticas que observan como, gracias a este «estado en red» del individuo, existen cada vez menos proyectos con una fuerte noción de compromiso. Le das al «me gusta», firmas en digital, apoyas con tu comentario a la causa, etc. pero ¿qué queda más allá de las apetencias esporádicas del internauta?