Entre el 25 de enero de 1932 y el 15 de enero de 1933, Alexander Medvedkin (1900-1989), junto a un grupo de treinta técnicos, hizo realidad su sueño: recorrer la estepa rusa en un cine-tren. Tres vagones: uno para el montaje y el revelado, otro para la proyección y un tercero para comer y dormir. «Hoy filmamos, mañana exhibimos» fue el lema del cine-tren. No fue nada fácil poner en marcha el proyecto de este cine ambulante que llegó a filmar más de cincuenta películas. En aquellos años comenzaron los primeros Planes Quinquenales. Siete meses tuvo que esperar, llamando a todas las puertas, hasta conseguir los viejos vagones y el material cinematográfico. Ese día, según confiesa Medvedkin en El cine como propaganda política, fue uno de los más felices de su vida.

¿Qué perseguía este grupo de cineastas utópicos? Querían contribuir a la revolución mediante el cine, filmando la realidad laboral y analizándola tras la proyección. Mostraban por primera vez el cine a muchos trabajadores. Medvedkin quiso ser testigo de sus reacciones intelectuales y emocionales. Mientras el cine-tren surcaba los campos soviéticos, en España una serie de cineastas e intelectuales, como José Val del Omar o María Zambrano, recorrían numerosas aldeas para iluminar las miradas de sus habitantes con el cinematógrafo, el teatro o la literatura. Las Misiones Pedagógicas (1931-1936) fueron también un ensayo de utopía cinematográfica rodante. Uno de sus impulsores, Bartolomé Cossío, escribió: «Las tres cuartas partes, y aun es poco, de lo que sabe un hombre culto, no lo aprende en los libros, sino viendo las cosas, quiero decir, sabiendo verlas».

Las películas de Medvedkin trataban de introducir mejoras en los sistemas de producción, filmando tanto los fallos como los avances que tenían lugar en las cuencas mineras o en los campos. A veces el cineasta superponía dibujos animados en los fotogramas para destacar lo que se hacía mal. Pero, a diferencia de otros directores soviéticos, Medvedkin nunca manipuló las imágenes: su cámara fue testigo de las discusiones entre obreros y sus durísimas condiciones de vida. Quizás, por eso, los periódicos soviéticos silenciaron su labor. Filmaban, exhibían y discutían películas para lograr mejores condiciones laborales y productivas: en ¿Cómo te va, compañero minero?, por ejemplo, se comparaba una mala cantina minera con un excelente comedor en la mina vecina; en ¡Al combate por la técnica! se instaba a una mayor utilización de las técnicas modernas que ahorrara esfuerzo físico al trabajador. Pero también había comedias en las programaciones del cine-tren, como Acerca del amor, donde se narran las aventuras de un joven minero y su amiga.

Al regreso de su viaje, Medvedkin filmó su película más conocida, La felicidad (1934), trasvasando parte de la realidad documentada a una ficción poética. Alejada del frío realismo soviético, esta historia de una pareja de campesinos pobres está llena de escenas surrealistas y oníricas. Como la de la mujer que echa de casa a su marido, harta de la miseria que le rodea y le pide que no vuelva hasta que la llene de felicidad el saco que le ha dado. O la de un tractor que parece volverse loco.

Años más tarde Medvedkin filma El nuevo Moscú (1938), donde un arquitecto presenta ante las autoridades soviéticas su ambicioso proyecto de transformación urbana, consistente en derruir todos los estilos arquitectónicos anteriores para edificar una ciudad nueva y moderna de grandes avenidas y edificios deslumbrantes. Sin embargo, en esta extraña comedia el pasado se revela momentánea e inesperadamente, y la ciudad antigua empieza a destruir a la ciudad nueva, imponiéndose el Moscú zarista a la utopía urbana. Y aunque el presente regresa de modo triunfal, Medvedkin se atreve a filmar la sombra irónica del progreso. La película, tras su estreno, fue prohibida.

Medvedkin y su utopía del cine-tren siguió el camino que inició el cine-ojo de Dziga Vertov con el arte considerado como Agit-prop (Agitación y propaganda). El tren o el barco se convirtieron en instrumentos de difusión cinematográfica, como, por ejemplo, Los trenes de Lenin (1918) o El barco estrella roja (1919). Este cine militante, impulsado por Vertov y continuado por Medvedkin, tuvo una segunda vida a finales de los años sesenta: Godard constituyó el llamado Grupo Dziga Vertov, ensayando una pedagogía política y estética al servicio del cambio social. En esa misma época, el propio Godard y otros cineastas, como Chris Marker, formaron también el Grupo Medvedkin, junto a trabajadores, que quisieron documentar las condiciones laborales en fábricas francesas. Este activismo cinematográfico impulsó la «autogestión de imágenes», enseñando a mirar y a crear imágenes, al margen de la industria del cine. Con el paso del tiempo la obra de Medvedkin cayó en el olvido. Chris Marker filmó un bello homenaje al cineasta (El último bolchevique, 1993), que incluye fragmentos de las películas que rodó durante el año del cine-tren.