La figura y la vida del cineasta Luis Buñuel (Calanda, 1900-México 1983) constituyen unos de los temas más apasionantes de la historia cultural de nuestro país a lo largo del siglo XX. A su acusada, controvertida, y, en ocasiones, extravagante personalidad, fundada en la madrileña Residencia de Estudiantes, junto a sus condiscípulos y amigos Salvador Dalí y Federico García Lorca, se une la originalidad de una obra que le convirtió en uno de los realizadores cinematográficos más relevantes del panorama universal y que justifica la existencia de cuanto ha venido denominándose «cine de autor». Por estas razones, por su vinculación al movimiento surrealista, a la izquierda intelectual española en los años de la Segunda República y por una existencia posterior itinerante que le llevó a vivir en Francia, Hollywood y México, trabando amistad con los escritores y artistas más notables de uno y otro lado del Atlántico, el caudal bibliográfico en torno a su persona, si no inabarcable, ha constituido siempre una maraña difícil de desentrañar a la hora de trazar una bibliografía satisfactoria. Máxime si tenemos en cuenta que incluso las propias memorias de Buñuel -Mi último suspiro-, muy dado a fantasear y a dejarse llevar emocionalmente por los recuerdos sin mucha precisión, no ayudaban a abordar esta tarea.

El hispanista irlandés Ian Gibson (Dublín 1939), autor de sendas biografías sobre Dalí y Lorca, profundo conocedor de la época, era, sin duda, uno de los investigadores más capacitados para enfrentarse a tejer la vida de Buñuel. Al menos, la relativa a sus años de juventud, atisbados a partir del conocimiento de las de sus dos amigos, con tantos puntos de confluencia vital y documental. Un buen punto de partida que, enriquecido por varios centenares de referencias bibliográficas, críticas, estudios, entrevistas y correspondencia epistolar, se ha resuelto en su Luis Buñuel. La forja de un cineasta universal, 1900-1938 (Aguilar, 2013). Nos encontramos, por lo tanto, ante los años que constituyen la formación del cinesta, desde los años de su niñez en Calanda y Zaragoza, pasando por la época de estudios en Madrid y escapadas a Toledo, los primeros tiempos de París y el estallido de la Guerra Civil. Un período que, en lo concerniente a su actividad como realizador, abarca la aparición de su filmografía más radical -Un perro andaluz, L'age d'or y Tierra sin pan- y su colaboración como productor, guionista y supervisor de Filmófono, dejando su huella en cuatro interesantes producciones: Don Quintín el amargado, La hija de Juan Simón, ¿Quién me quiere a mí?, ¡Centinela, alerta! Setecientas intensas páginas que nos muestran las claves para entender un carácter marcado por la rebeldía, un anticlericalismo atenuado por las preocupaciones teológicas, su acusado machismo y ramalazos de homofobia que condicionaron su amistad con Lorca. Constantes que junto al fetichismo erótico y la denuncia de la moral burguesa impregnarán todo su cine posterior.

Gibson, evitando todo juicio de valor, dejando hablar a los documentos, nos adentra en este período de la vida del realizador aportando muchas novedades; especialmente en lo concerniente a todo lo relativo a al despertar de su vocación de cineasta y en torno a las peripecias de la realización de sus tres primeros filmes. Episodios matizados por una abundantísima información que parece zanjar los vanos y equívocos que aún existían en torno a la gestación de estas obras. Igualmente interesante son los capítulos destinados a la productora Filmófono, a su compromiso con la República y a sus dudas y temores al comienzo de la Guerra Civil que acabarían conduciéndole al exilio.Un libro fascinante, ejemplo de erudición y escrito con soltura y amenidad que sólo nos hace aguardar con impaciencia que Gibson -resueltos los problemas financieros que le impidieron seguir adelante con la biografía- nos cuente los años del director de Calanda en México y el final de la historia tras su regreso en los años 70 del siglo pasado a Francia y España.