El pasado día 6 se produjo tal aglomeración en el centro de Madrid que la Policía Nacional cerró la estación de metro de Sol, donde las sucesivas oleadas de aspirantes a viajeros amenazaban con lanzar a las vías a quienes se encontraban ya en los andenes. Por las calles de Preciados, Arenal y Carmen casi no era preciso caminar: bastaba con dejarse llevar medio en volandas por la multitud, siempre y cuando el sujeto así transportado se mantuviese atento para que el torrente ciudadano no le estrellara contra la compacta (y larguísima) formación de personas humanas alineadas ante una célebre administración de loterías, dispuestas a defender sus posiciones con resolución militar.

La cordial suspensión de la norma social de respeto del espacio personal que (sumada a la exaltación de los vínculos familiares) caracteriza las fiestas navideñas, puede despertarnos el deseo de emular a quienes, durante el año que está a punto de acabar, mostraron una singular vocación de soledad.

Por ejemplo, el aventurero escocés Nick Hancock. Para llegar hasta la isla de Rockall es preciso navegar 430 km. desde la costa de Irlanda. En realidad, no hablamos de una isla, sino de un peñasco de 18 metros de altura, perdido en una zona del Atlántico donde se han visto olas de 30 m. Gran Bretaña se lo anexionó en 1955 (ahora se lo disputan Irlanda, Dinamarca e Islandia).

Nick Hancock salió el pasado mes de mayo del puerto de Leverburgh (en las islas Hébridas) dispuesto a instalarse en Rockall durante un par de meses sin más compañía que las gaviotas. Hasta ahora, Rockall sólo ha estado ocupado por militantes de la organización Greenpeace, que en 1997 resistieron allí durante 42 días para protestar contra las prospecciones de petróleo en la zona. Pero el proyecto de Hancock de superar aquella hazaña fracasó, porque el oleaje le impidió desembarcar. El año próximo se propone intentarlo de nuevo.

Mejor suerte tuvo la bióloga inglesa Sarah Outen (28 años): el pasado 25 de septiembre llegó a las islas Aleutianas después de remar en solitario durante 150 días y 6.034 km. desde Japón, de donde zarpó el 27 de abril. Su bote, «Happy Socks», volcó durante la travesía en cinco ocasiones, y despertó el interés de un gran tiburón que lo siguió durante horas: «el peor momento del viaje», declaró Outen.

En esta época del año aumenta el número de visitantes del Integratron, un edificio construido sin elementos metálicos que se levanta en el desierto de Mojave, en California. A dos horas y media de coche desde Los Angeles, el viaje representa una alternativa accesible para los amantes de la soledad ocasional frente a propuestas un tanto radicales como las de Hancock o Outen.

A principios de los años 50 del pasado siglo, un mecánico de aviación llamado George Van Tassel dijo haber sido secuestrado y conducido a bordo de un platillo volante procedente del planeta Venus. Fruto del buen clima que sin duda presidió la excursión, Tassel no sólo reapareció sano y salvo, sino que trajo consigo los planos del Integratron y la información sobre el punto preciso en que debía edificarlo, un lugar donde la energía desencadenada por la intersección de «potentes fuerzas geomagnéticas», amplificadas por la geometría del recinto, debía rejuvenecer a cuantos lo visitaran.

Tassel murió en 1978, y ahora gestionan el Integratron las hermanas Nancy y Joanne Karl, que cobran 80 dólares por la estancia. El edificio posee asimismo cualidades acústicas singulares: los componentes del grupo Arctic Monkeys viajaron hasta allí en 2008 para grabar su canción Secret door.

Si el amable lector recela de los viajes por mar, o si el desierto de Mojave le coge algo a trasmano, puede optar por no moverse de casa y aplicarse a la lectura del libro del geólogo y viajero francés Sylvain Tesson, La vida simple (Alfaguara).

Tesson cuenta la experiencia de los seis meses que pasó en solitario en una cabaña a orillas del lago Baikal, en Siberia. Llegó en febrero, razonablemente pertrechado de víveres, abundante equipo y una biblioteca de 80 libros: de Nietzsche a Defoe, pasando por Casanova y sin olvidar al anglo-canadiense Archibald «Búho Gris» Belaney (1888-1938).

Tesson dividía sus jornadas en dos partes: por la mañana leía, escribía, memorizaba poesía. Dedicaba las tardes a pescar, cortar leña y caminar por las proximidades o patinar sobre el lago.

En abril se hizo con dos perros, que además de hacerle compañía le alertaban de la proximidad de osos recién despiertos de su letargo invernal. El 22 de mayo se quebró el hielo del lago: «sucedió de repente; estalló una tormenta y al cabo de 10 minutos, el invierno había acabado»? para dejar paso a un verano que trajo consigo una notable plaga de moscas.

En julio, Sylvain dio por concluida su aventura: «la experiencia me hizo comprender que el mejor modo de combatir la sensación de que los días se nos escapan es sencillamente quedarse quieto en alguna parte durante una temporada». Con una condición: «como primera providencia, tire a la basura su teléfono móvil».