Los viejos baúles de los escritores famosos, que pasaron a mejor vida, no dejan de dar sorpresas, alentando, en ocasiones, el mito de la búsqueda del manuscrito perdido. Herederos, estudiosos y editores alientan las investigaciones en torno al paradero de tal o cual libro que no pudo ver, jamás, las luces de la imprenta. No es el caso de Guillermo Cabrera Infante, cuyos papeles, bien custodiados por su viuda Miriam Gómez, han estado a buen recaudo, perfectamente localizados, aguardando el momento oportuno para salir del olvido. La publicación de tres de sus obras póstumas e inéditas por Galaxia-Gutemberg -La ninfa inconstante (2008), Cuerpos divinos (2010) y Mapa dibujado por un espía (2013)- ponen de relieve que la oportunidad de su rescate, al margen de los legítimos motivos crematísticos, estaba plenamente justificada. El escritor cubano había dejado trabajos muy notables que, conveniente revisados, amplían y otorgan una mayor y profunda consistencia a su excelente obra. En otras ocasiones el misterio y la indagación aportan un valor añadido al hallazgo de un inédito. Es lo que ha sucedido con el seguimiento por archivos y bibliotecas de una novela de James M. Cain -el autor de El cartero siempre llama dos veces y Ligeramente escarlata-: La camarera (RBA, 2013). La peripecia de su búsqueda, tras ciertas pistas halladas en la correspondencia del escritor, es tan interesante como el libro perdido: un relato de intriga y de suspense que completa el universo «negro» de M. Cain y consolida su visión trágica sobre ese lado oscuro de la vida americana contaminado por el deseo sexual y la codicia del dinero.

¿Son siempre tan felices y satisfactorias las recuperaciones? Desde el punto de vista del erudito o estudioso, probablemente, sí. La reciente exhumación de El Condotiero de George Perec (Anagrama, 2013), primera novela del autor que nunca llegó a publicarse por exigencias de la crítica, puede ser reveladora sobre el asunto. No es una obra redonda, la juventud de Perec al escribirla, su radical «voluntad de estilo» para afirmar su irrupción en el mundo de las letras, conlleva un cripticismo que empaña, en gran medida, sus reflexiones en torno al interesante tema de la falsificación artística.

Pero para el estudioso de su obra no deja de ser fundamental: habla del dolor de la creación, apunta personajes que crecerán más tarde en otros relatos, e indica un momento clave de la biografía de un futuro maestro de la novela actual. Para el lector corriente, sin embargo, El Condotiero es un punto extraño de confusión y, es probable, que se sienta más cómodo ante su libro Las cosas, considerado, hasta hace bien poco, como su ópera prima, donde ya apuntaba, con la exactitud cartesiana de su prosa, algunas de las constantes de su obra: la capacidad reveladora del mundo inanimado de los objetos como una huella ineludible de la civilización actual, y la fascinante atracción que estos ejercen sobre el hombre de nuestro tiempo.

Si el rescate de El Condotiero, al margen de sus méritos discutibles, sirve para dar un nuevo impulso a la obra de George Perec y darla a conocer a las nuevas generaciones, tendremos por más que bueno el hallazgo. Este cronista siempre ha considerado que su novela La vida, instrucciones de uso, al alcance de cualquier bolsillo en los Compactos de Anagrama, es uno de los grandes hitos literarios del siglo XX, uno de esos libros que uno se llevaría a una isla desierta para colmar el «voyerismo» que todo ser humano lleva dentro y para recordar el mundo material que hemos construido y la capacidad de fabulación que puede provocar. La vida, instrucciones de uso, urdida con el talante obsesivo de Melville en su Moby Dick, es el catalogo arqueológico de nuestra era, animado por un repertorio de historias divertidas e increíbles, que, a modo de puzle, la explican y definen de cara a ese lector, imaginario, que un día puede llegar de otro planeta.