Esta situación se puede apreciar en nuestras salas de arte, donde se mezclan exposiciones de una apreciable exigencia con otras que solo demuestran una habilidad manual, o un mensaje de aparente crítica social, política, que muchas veces cae, bajo un mal planteamiento, o en la pura autobiografía, intrascendente para el arte, o en un esteticismo contradictorio con el mensaje que conceptualmente se ha querido trasmitir, convirtiéndose en un despropósito. La figuración sigue teniendo el marchamo de obra más respetada y admirada. Pero, a pesar de que somos una sociedad formada fundamentalmente en la imagen, seguimos sin ejercer la crítica ante estas manifestaciones que no aportan la más mínima reflexión sobre este lenguaje. Este desconocimiento se traduce en desconfianza a la hora de que los responsables de las instituciones culturales deleguen en los profesionales, para elaborar un proyecto expositivo, con lo cual se produce más confusión. Muy pocos cumplen con los mínimos protocolos, por los cuales podamos contrastar las diferentes soluciones a la gestión, o reconocer al más capacitado para ello. Y llevamos décadas cometiendo los mismos errores, con pequeños gestos de alguna lucidez, pero que no llegan a cuajar en una actuación continuada que realmente influya en la cultura de un lugar, en cuanto a una mayor exigencia de la obra expuesta en nuestras salas de arte, que pueda ser competitiva en un diálogo con otros centros y profesionales de otras ciudades españolas y extranjeras. Damos así la imagen de una sociedad inculta, poco exigente, incoherente en sus actuaciones, dividida en luchas de poder, sin capacidad para dar una respuesta válida a la inversión de este dinero público en la cultura. Y la cultura es nuestra imagen al mundo.

Pero ¿qué imagen podemos dar, si vemos que en los certámenes y exposiciones de arte, la selección de obra responde a las pautas impuestas por las tendencias de mayor promoción del momento, no a un análisis comprometido en la investigación, que valore el lenguaje artístico propuesto en la obra? Si está de moda lo conceptual o la pintura política, pues a ello, sin más. Todo lo que se salga de esa apariencia ya es problemático, requiere un análisis independiente, y esto es más difícil de hacer. Oímos frases como «a mí la pintura ya no me interesa». Frases que se cargan de un plumazo lo que debería ser el principal debate en una universidad o museo. Y a pesar de estas posturas de aparente modernidad, la abstracción, el arte conceptual, u otras manifestaciones complejas, que se salen de lo establecido y que requieren una mayor didáctica y análisis, son muy poco entendidas, incluso rechazadas.

Nuestras salas de arte, en estos momentos, muestran un abanico que repite las mismas alternativas, sin contemplar la investigación artística que se está desarrollando en este tiempo. Vivimos una cultura que mira más hacia el exterior, hacia autores y modas, más que a una tradición válida, rica, importante. Hemos pasado por encima de ella, creando un arte sin vínculos, sin base, para enfrentarse a la modernidad. El espectador vive toda esta confusión, en el mejor de los casos, con bastante indiferencia. La didáctica, tan necesaria, ha llegado como siempre tarde o en todo caso el discurso escrito es difícilmente identificable con el discurso práctico de la materialidad del arte.

Durante décadas hasta casi entrados los noventa, la pintura informalista fue el registro predominante en este país, debido al éxito internacional de la obra de Dau al Set y El Paso. Incluso antes de la muerte del dictador, representaron al arte español en las bienales internacionales, como un gesto de apertura y modernidad de la nueva España democrática. Mientras, en Europa, no solo este movimiento artístico, nacido en los años cuarenta, era reconocido, analizado, estudiado, también se daba vía a lo conceptual, a los nuevos realismos, dándoles cobertura y espacio en sus academias formativas, con más o menos polémica, y en sus galerías. Pero, sobre todo, paralelamente al surgimiento de las nuevas propuestas artísticas en las sociedades modernas, se consolidaba la profesionalización tanto del artista como de las entidades museísticas, apoyando la necesidad de la contemplación y el entendimiento del arte, con proyectos didácticos, ferias de arte, etc., promoviendo el debate intelectual y por lo tanto la renovación de los contenidos en los programas educativos, la creación de editoriales especializadas, publicaciones y revistas, y un coleccionismo fuerte en el ciudadano medio. Sin embargo, en España, aunque se han creado nuevas universidades y los grandes museos de arte contemporáneo, sigue dominando el desconocimiento del lenguaje contemporáneo, y sobre todo, sigue sin haber un proyecto cultural global.

Si en los noventa todavía los viejos profesores de Bellas Artes suponían un peso para la llegada de los nuevos conceptos artísticos a las aulas, sin la formación apropiada, ahora lo es la falta de artistas en activo en estas mismas aulas. No se llega más allá del minimalismo en sus programas. En este paso a la modernidad, que aún no hemos asimilado, algo similar ocurrió con las galerías y los coleccionistas. Originándose una verdadera guerra entre las posturas más tradicionales, académicas, y las que reclaman la investigación de nuevas fórmulas. Aunque también se da el caso contrario. El arte conceptual, la fotografía, las performances, las instalaciones, no llegaron hasta los años noventa y siempre ocasionalmente. Pero desde ese momento ya no se considera ni la pintura, ni la escultura en un formato tradicional, con una radicalidad un tanto ciega ante la dinámica del arte y de la creación, en la que ni críticos ni galeristas pueden decidir de qué o de quién puede nutrirse el artista contemporáneo.

La manera en la que se han incorporado las nuevas fórmulas de ver tanto en las escuelas como en los museos ha sido un tanto revanchista, cayendo en las luchas de poder, en las luchas por conservar la hegemonía, el puesto. Se pasó de la reivindicación del trabajo manual, del dibujo de estatua o del natural, a Duchamp. Así muchos artistas españoles, inscritos en la instalación conceptual, confiesan que el concepto de escultura lo han aprendido en Italia o en Alemania, en un taller en el que convivían todo tipo de técnicas y de conceptos, tradicionales y no tradicionales, donde pudieron experimentar con todo.

En España teníamos que reivindicar la modernidad y una nueva visión del arte pero no respetamos ni analizamos los valores que la tradición aportaba a este conocimiento. Así olvidamos algunos de los instrumentos para entender la modernidad, y hoy contemplamos obras que se proponen como conceptuales, pero que no pasan de ser meras intenciones sin un contenido conceptual o plástico relevante. En este impás hacia la modernidad también se descuidó la información debida al público y perdimos el coleccionismo que mantuvo a los pintores del XIX y XX. Se ha promovido la beca y la subvención institucional, pero sin pensar en un mañana y en que el artista no puede depender de la institución pública. Sobre todo, porque su obra se ha de contrastar en el circuito internacional y no quedarse en la parcela proteccionista de lo local. La gran inversión pública en compras de arte, en mega exposiciones, en museos, en becas, etc. hizo creer a las nuevas generaciones de artistas que se podía vivir del arte. Aunque esto en Alicante nunca lo vivimos. Nunca se pagó al artista por exponer en las salas municipales o provinciales. Es más, en muchos casos aun tenía que donar una obra. Ahora, con la crisis, se están retomando las ya antiguas demandas de los artistas, como la de pagar producción en los encargos expositivos, o los derechos por la explotación de la imagen, si es obra ya producida la que expone. Ya que la institución, aunque no comercialice la obra, sí se beneficia de estas exposiciones de arte, pues son su imagen. Y la imagen da votos, crea clientes en las empresas de una ciudad, aumenta matrículas en una universidad,?.

Ante este panorama, solo cabe exigir mayor profesionalidad. El artista debe implicarse en mostrar a la sociedad el valor intrínseco de su trabajo, exigiendo los medios para ello. Los profesionales son los que tienen la experiencia y los que pueden intentar dar la vuelta a todo este maremagno de fracaso, mostrando cuáles son las vías de salida, pero solo desde el trabajo y desde el deseo de cambio de algunas de estas estructuras inmovilistas. Todos sabemos que la educación es la clave para ese cambio, que no solo estimularía la cultura, también la economía. Pero la decisión, como siempre, está en manos de los políticos. Cómo educarlos. La educación, la crítica, que ha estado sin actuar durante años, son las que pueden realizar el cambio. No podemos quedarnos parados, eso nos lleva a la nada en la que estamos desde hace demasiado tiempo.Este es un resumen de fin de año que no quiere caer en la tópica declaración de buenos propósitos, sino aportar conclusiones válidas para afrontar nuestro presente.