La civilización urbana es sólo una fachada: la humanidad representada en gran medida en sus instintos más bajos. El dinero, el sexo y el poder siguen siendo los motores. Tom Wolfe, reportero de gran aliento, ha acabado por convertirse en el Balzac de los nuevos tiempos cuando ya sobrepasa los ochenta. Al igual que hizo en Nueva York y La hoguera de las vanidades, con Bloody Miami ha pretendido recrear un lienzo de la soleada ciudad sureña que mejor encarna la latinidad en Estados Unidos.

El lector verá pasar por delante de sus ojos un desfile de personajes estrambóticos: John Smith, el periodista que busca una exclusiva que lo convierta en un tipo notorio, Néstor Camacho, un joven policía descendiente de cubanos, su novia y Ed T. Topping, el wasp (white anglo-saxon protestant) que llega con la misión de transformar el Miami Herald en una edición digital y relanzar El Nuevo Herald para los latinos. La historia, una sátira social desinhibida, está llena de alicientes y de situaciones divertidas, poderosas descripciones y grandes exclamaciones. Enumerar la sucesión de onomatopeyas en sus páginas resulta tarea imposible. Wolfe se supera a sí mismo.

El lector de Bloody Miami puede incluso olvidarse de lo que cuenta; línea por línea hay mucho material en ella para pasarlo bien. El autor es incapaz de escribir una sola frase sin chispa. Nuevamente, Wolfe se escuda en el brillo y las lentejuelas para arrojar su veredicto sobre una ciudad perdida, descarriada. En el caso de Miami, el resultado es aún mucho más ensordecedor que con Nueva York o Atlanta, donde Tom Wolfe pisó en falso. La exuberancia de Florida es mayor y la fauna tiene un toque tropical que contribuye a los propósitos del octogenario escritor de conducirse con estruendo.

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