Gerbrand Bakker, flamante ganador del premio IMPAC con su primera novela, Todo está tranquilo arriba, acaba de pasar por España para traernos Diez gansos blancos, con la que también ha sido galardonado, esta vez con el Independent Foreign Fiction Prize de este año. Tal acumulación no es casual, y Bakker se está revelando como una poderosa voz en el panorama narrativo europeo, pese a no contar con una obra muy extensa. Al igual que en la novela anterior, el medio rural tiene un peso trascendental en esta. En ambos casos, el modo de vida en el campo de los personajes (fatal en la primera ocasión, y azaroso ahora) marca el ritmo de la narración, y el paisaje y la manera que tienen de relacionarse con la naturaleza marca la trama y funciona como eje que aglutina las pequeñas y pequeñísimas historias que tienen lugar. Porque Diez gansos blancos es la pequeña historia de una mujer instalándose en el campo.

Uno de los recursos que mejor emplea Bakker es el de los silencios, el de los espacios en la narración que no nos dejan ver con claridad qué está ocurriendo. ¿Quién es esa mujer que se tumba en un círculo de piedras dejando que se le acerquen los tejones? ¿Por qué ha decidido una mujer holandesa, especialista en Emily Dickinson, instalarse en una granja de Gales? ¿Qué ha dejado atrás? Paralela a la historia de esta mujer, se nos cuenta la del marido desde el mismo momento en que desaparece la mujer. Como ella, también está desorientado, se herirá en un pie igual que le ocurre a la protagonista y tratará de encontrarla con la escasa ayuda de sus suegros. Como decimos, a pesar de que en el diálogo Bakker se muestra preciso y certero, son los silencios los que dominan la novela. Por un lado, los silencios narrativos, que nos hacen descubrir una complejidad nada artificial en las motivaciones de los personajes, y que se alcanza precisamente partiendo de la sencillez y la naturalidad. Por otro lado, los silencios de los personajes apuntalan con brillantez sus relaciones.

El resultado es una novela menos dura y hermética que la anterior, donde dominan como temas el sentimiento de culpa y la redención personal, y sobre todo la huida de uno mismo para poder encontrar una identidad nueva y más real a través de la construcción de un personaje ficticio. Nos pone delante de la posibilidad de una huida de nosotros mismos para adentrarnos en la nada desconcertante de lo desconocido, donde por fin se pueden dejar escapar las pequeñas pasiones personales, la pequeña voz que nos acompaña y nos dice lo que deberíamos hacer mientras estamos entretenidos haciendo lo que se supone que «debemos» hacer. Es difícil no sentirse identificado con esa mujer que decide cortar con todo de manera radical pero no violenta, sobre todo cuando poco a poco se van intuyendo todas las debilidades que la han llevado a esa situación.

Ahora que las estanterías se van a llenar de best sellers navideños, de libros escritos ad hoc por personajes televisivos y periodistas, si de verdad quieren regalar o regalarse una obra realmente literaria, y un viaje que nunca olvidarán, lean Diez gansos blancos. No les cambiará la vida, pero si hará que esta se estremezca un poco en sus cimientos.