Una exposición actual somete a revisión la obra de dos grandes arquitectos españoles del siglo XX como fueron Alejandro de la Sota y Miguel Fisac, cuyo centenario de su nacimiento se celebra este año. Superando la etapa autárquica, fueron paradigma de la recuperación arquitectónica a partir de los años de 1950. Del segundo queda en Alicante el proyecto urbanístico fallido, previsto para la playa de San Juan, donde Fisac aplicó los conceptos y criterios vinculados al movimiento moderno, planificando conforme a la separación de las circulaciones en diferentes categorías, con independencia entre los peatones y los vehículos. Aún se pueden apreciar algunos restos fósiles de tramos viarios. En la plaza de Galicia se encuentra la única obra suya construida en la ciudad, para sede de la empresa promotora. Situada en parcela exenta, consta de varias plantas aparentando deslizar entre ellas sobre las superficies comunes. En los alzados recayentes a la orientación de poniente recurrió a la doble fachada, con los exteriores acristalados. La situada hacia las vías públicas fueron resueltas mediante prefabricados moldeadas en hormigón con texturas rugosas, solución ensayada en el último periodo de su carrera.

El año próximo se cumplirá el centenario del arquitecto José Luis Fernández del Amo, quien estuvo al frente de los poblados construidos por el Instituto Nacional de Colonización, realizando en número elevado repartidos por diferentes provincias. Dos se encuentran en la Vega Baja, en San Isidro y en El Realengo. Como en otras actuaciones suyas el arquitecto planteó soluciones urbanas con carácter propio. Cada poblado obedecía a principios de autonomía en la jerarquía administrativa. En su organización se aprecia influencia derivada de los principios de la Ilustración, aplicados a las Nuevas Fundaciones del siglo XVIII y, muy próximo en la geografía, coincide también en los aplicados en la ciudad de Nueva Tabarca.

En los poblados de la Vega Baja la planta y el trazado viario obedecen a criterios funcionales, adecuado su ancho al paso de las máquinas y vehículos destinados a las tareas agrícolas, justificación principal de su existencia. Las parcelas para las viviendas ofrecen superficies generosas, destinadas a los fines propuestos ligados a la agricultura. Incluso las situadas en la periferia urbana proporcionan una dimensión adecuada a los cultivos para la autosuficiencia y necesidades de cada unidad familiar allí instalada. Las casas son de una o dos plantas, en cierto modo siguiendo las recomendaciones dadas por el ingeniero Larramedi cuando la reconstrucción de los nuevos cascos urbanos, efectuada tras el terremoto que el año 1829 había asolado numerosas poblaciones de la comarca.

Del Amo recurre a un leguaje formal vagamente vernacular. De muros continuos con predominio de las superficies planas encaladas y las cubiertas inclinadas, si bien en los edificios comunales despliega los mejores recursos. En estos conjuntos se aprecia la búsqueda de nuevas soluciones, logrando resultados óptimos, distanciándose de los falsos lenguajes historicistas auspiciados por distintas esferas del régimen político. En cualquier caso el dominio del clasicismo se manifiesta a través de la abstracción y de la geometría. El baptisterio de la iglesia en El Realengo es una muestra de lo dicho. Se trata de un cubo exento, con la vidriera de la ventana circular que tamiza la luz en el interior. Remata la cubierta una pirámide triangular con las caras plegadas hacia el interior de la planta. Se trata de figuras y volúmenes de geometría elemental.

Siguiendo la trayectoria implantada desde la Bauhaus, Le Corbusier o José Luis Sert, Fernández del Amo también logró la siempre anhelada vinculación entre arquitectura, pintura y escultura, a través de la participación de artistas locales que desarrollaron un interesante programa figurativo y plástico, consiguiendo la renovación formal de los temas religiosos tradicionales.