Pertenezco a esa clase de lectores meridionales que sienten una gran debilidad por las novelas que reflejan la particularidad insular de Gran Bretaña. Esto no quiere decir que comparta la exposición gozosa, exenta de crítica, de sus grandes tópicos: la altivez insobornable de su aristocracia, la enajenada complacencia de sus clases medias, la sordidez de la vida proletaria. Estos rasgos, junto a la nostalgia por el viejo Imperio, me continúan resultando tan exóticos como un relato de Bradbury sobre Marte o un cuento de Faulkner sobre el condado de Yoknapatawpha: un atractivo escenario que no deja de colmar mi curiosidad por las historias que pueden suceder en esos ambientes considerados como muy british.

Introduzco esta confesión para hablar de la última novela de Ian McEwan (Reino Unido, 1948), un notable escritor que posee la virtud de remitirme a mundos literarios muy queridos. Si en Expiación (2001) me condujo al territorio cerrado y opresivo de Evelin Waugh o Ford Madox Ford, aireando las represiones de la clase alta británica, convulsionada por las dos Guerras Mundiales, ahora, con Operación Dulce (Anagrama, 2013) las resonancias se han ampliado hacia otros cronistas de la Inglaterra Eterna: el ambiente académico de M. Forster -o de Javier Marías-, la rutina burocrática de su Servicio de Inteligencia (el MI5), construido por John Le Carré para el agente Smiley, o la propia Historia del país con los sucesos que concluyeron en la detención de los «Cinco de Cambridge», aquellos románticos profesores universitarios que incurrieron en la traición de espiar para la KGB soviética. Una gozada de referencias para un lector nunca satisfecho.

Operación Dulce se mueve entre estas últimas coordenadas, pero en otro espacio temporal, 1972, durante los últimos coletazos de la Guerra Fría, cuando una joven universitaria, Serena Frome, es captada por el MI5 para trabajar en esas lóbregas covachuelas en las que la división del trabajo impide saber si uno es espía, sastre, o un simple chupatintas mal pagado, expuesto a caer muerto en una esquina sin llegar a conocer la razón de su sacrificio. Hasta el momento, claro, en que le asignan una misión y su vida experimenta un brusco cambio plagado de responsabilidades e inquietudes. Serena, hija de un obispo anglicano, ya no es la Brion Tallis de Expiación, abrumada por los complejos de su puritana educación clasista, sino una mujer moderna, de ese tiempo que las luchas entre los mods y los rockers, dándose guantazos en las playas de Brighton y la cultura pop, había contribuido a liberalizar. Licenciada en Matemáticas, ansiando llevar una vida independiente tras un fracaso sentimental, acosada por el machismo que todavía impera en la Administración, Serena descubre que el móvil de su reclutamiento por MI5 no se debe a su titulación en ciencias exactas, sino a sus aficiones literarias. El resto, una intriga milimétricamente planeada, no se debe contar, pero tiene que ver con la obsesión por el espionaje universal al que desean someternos los «grandes hermanos» de las potencias más poderosas, y con la falta de inocencia existente en las manifestaciones artísticas y culturales que consumimos.

Menos densa en su indagación de las pasiones humanas que Expiación, aunque más ambiciosa en sus denuncias políticas, Operación Dulce está escrita en primera persona, a través de los ojos de la muchacha, lo que permite al autor proponernos un juego de sorpresas que tiene mucho que ver con la técnica narrativa y, perdonen que me ponga enigmático, con una broma o macguffin destinado a recordarnos el comentario vertido por Flaubert en torno a la identidad de su Madame Bovary. No creo destripar con este comentario una historia que se lee con el interés febril de un thriller, sin serlo, y que aparece como un nuevo testimonio en torno a la pervivencia de muchas de las constantes de la novela tradicional inglesa. Pero esta es una cuestión a la que solo podrá responder el lector tras pasar por la librería y hacerse con un ejemplar de esta última entrega de McEwan. No maltraten al cronista sí se ha equivocado abriendo terrones.