Un profesor de Literatura que tuve hace mucho tiempo nos decía que en ocasiones el alma de las novelas se encuentra en el título o, mejor, en sus primeros renglones, al inicio. Y esto resulta cierto, al menos en algunas de las mejores novelas que hemos leído y disfrutado a lo largo de nuestra vida.

Algo así sucede con la interesante novela, más bien una serie de relatos cortos, de una autora alicantina, profesora de la Universidad de Valencia «exiliada» en la capital del Turia. Huella, de Rosa Pastor, goza, además, de una impecable publicación por El Nadir, editorial pequeña e independiente que con este libro ya pasa de los sesenta títulos con autores como Horacio Quiroga, J. H. Rosny o Gustav Meyrink entre otros, y que representa un verdadero milagro en el panorama literario español.

El título y las primeras líneas de la primera narración, Nunca olvidaré mi nombre, enlazan perfectamente con lo que contaba mi antiguo profesor: «Aquella habitación blanca se parecía a la luna». Ya imaginamos que el o la protagonista -y nosotros como participantes activos- se encuentra, nos encontramos, en un cuarto de un hospital. Poco a poco la trama se abre ante nosotros con los esforzados recuerdos de la narradora.

Laura ha sufrido un grave accidente, ¿o ha sido suicidio?, y se encuentra postrada, totalmente vendada, e incapaz de acordarse de lo sucedido e imposibilitada de hacer notar a sus visitantes que está consciente.

En apenas setenta páginas, de las ciento cincuenta del libro, páginas escritas con precisión y prosa poética -no en vano la cita que abre la dedicatoria es de Mario Benedetti, «me hace falta tiempo sin tiempo»-, Laura va reconstruyendo su vida, sus amores y desengaños, su matrimonio y sus amantes, el desamor vivido con ellos. Y lo hace no recordándolo por sí misma sino a través de los monólogos de tres personajes, su esposo, uno de sus amantes y la burlada esposa de éste, que le van repitiendo por separado constantemente, hablándole y creyendo que Laura no les oye. Unos monólogos descarnados donde el rencor y el odio de los tres hacia ella se muestran bien patentes.

A través de la inconsciencia que la abate, Laura va recuperando cosas con lentitud, «una existencia en universos paralelos», tal como aventurara Einstein y reflejara Fredric Brown en su excelente Universo de locos. Poco a poco, la situación produce en la protagonista postrada una obsesiva fijación de que ambos, esposo y amante, a los que no reconoce, quieren acabar con lo poco que le resta de vida. Y entonces su pensamiento, tan solo su pensamiento, trata de refugiarse en su vecina de cuarto, otra mujer de la que nada sabe y a la que ni siquiera ha oído hablar y que se encuentra envuelta en vendajes como ella misma. Pero Laura, al mismo tiempo, reacciona. Aunque no puede hablar todavía, sus dedos comienzan a moverse en la cama del hospital una noche, cuando le llega la calma, en la que está sola consigo misma. Laura prefiere que esto, su secreto, quede en su interior. Está conociendo mucho de su vida a través de los monólogos de los que la visitan y no desea cambiar nada: «Cada vez sabía más cosas de mí misma que ellos ignoraban y esto incrementaba mi mermada sensación de poder frente a ellos».

Un final tan súbito como sorprendente, un golpe de efecto, pone fin a este primer relato, Nunca olvidaré mi nombre.

Huella resulta una novela sumamente interesante, novedosa, con otros doce relatos mucho más breves pero que rezuman también interés y sorpresa, escrita con pasión y contra la soledad que todos padecemos en muchos momentos de nuestra desconcertante existencia. Donde la búsqueda del tiempo se hace tan angustiosa que nos lleva hacia una situación anímica que nos aplasta y no nos permite reaccionar. Donde lo onírico y la realidad se dan de bruces hasta que los protagonistas, y nosotros con ellos, despertamos y nos sumimos en el presente. Sueños y laberintos borgianos, realidades que se asemejan a las ficciones.