A mediados del pasado septiembre, los guionistas españoles protestaron: se lamentan de que sus nombres pasan desapercibidos, a pesar de que las series que escriben son los programas con mayor audiencia; además, dicen soportar unas condiciones laborales precarias y que tienden a empeorar.

El libro de Brett Martin Difficult men. Behind the scenes of a creative revolution: from The Sopranos and The Wire to Mad Men and Breaking Bad (Faber & Faber), el título alude a la circunstancia de que los protagonistas de estas series de televisión son todos ellos hombres de mediana edad enfrentados a una crisis) describe una situación por completo diferente, con los respectivos guionistas aupados a un primer plano de popularidad.

Oscurecidos por el perfil estelar del guionista-productor que presenta Brett, los actores (a diferencia de lo que sucede entre nosotros) pasan a un segundo plano: el creador de Los Soprano, David Chase, ni siquiera había pensado en un principio en un intérprete profesional para el protagonista de la serie. Quería que el papel de Tony Soprano fuese para el músico Steven Van Zandt, guitarrista en la E Street Band de Bruce Springsteen.

También los directores han visto recortado su protagonismo: en una serie de televisión, cada episodio se confía a un director distinto, de modo que ninguno cuenta con una idea global del desarrollo de la historia.

Según Martin, durante el rodaje de un episodio de la serie Mad men, el guionista Matthew Weiner desaconsejó a uno de los invitados presentes en el plató, que se proponía entrevistarse con el director: «En televisión, el director no es nadie».

La situación de los guionistas que desfilan por el libro de Brett Martin puede al principio parecer envidiable; pero el lector no tarda en advertir que en ocasiones su carrera profesional se parece en exceso a un viaje en la montaña rusa.

El futuro padre de Los Soprano, David Chase, coordinaba la serie I'll fly away (1991-1993) cuando uno de sus guionistas, Henry Brommell (quien años más tarde produciría Homeland) le comunicó que por asuntos familiares, necesitaba volver a casa pronto un par de días cada semana. «¿Quieres seguir colaborando conmigo? Necesito estar seguro de que para ti, lo más importante es la serie. Elige», fue la respuesta de Chase. Años más tarde, Brommell recordaba el incidente: «Fue como vivir una escena de El padrino».

La historia más significativa es la de Todd Kessler, responsable del guión de Productora ejecutiva (D-Girl), el episodio de la segunda temporada de Los Soprano en que el mafioso Christopher Moltisanti (interpretado por Michael Imperioli) aspira a convertirse en guionista. El episodio fue un éxito; con 26 años, Kessler se convirtió en el niño prodigio del equipo.

Al cabo de unos meses, Chase parecía haber adoptado a Kessler: le había presentado a su familia y a menudo lo invitaba a comer con ellos. Incluso circuló el rumor de que a Chase le habían ofrecido nuevos proyectos y estaba considerando la posibilidad de recomendar a Kessler para que se hiciese cargo de Los Soprano.

El 21 de julio de 2000 se anunciaron las candidaturas para los premios Emmy, entre ellas la de Chase y Kessler al mejor guión, por el episodio de Los Soprano, Funhouse (Distorsiones), que habían escrito mano a mano.

Kessler recibió numerosas llamadas de felicitación; y una desde la oficina de Chase, quien quería hablar con él de inmediato. Al llegar, Chase le recibió en su despacho y cerró la puerta: «Tal vez no sea éste el mejor momento, pero? estás despedido. Me temo que no has captado el tono de la serie». «David, no hace ni una hora que somos candidatos a un Emmy por el episodio que escribimos juntos. Si pensabas así, ¿cómo es que no me dijiste nada?». «Puede que tengas razón. ¿Quieres una segunda oportunidad?». «Sí». «Está bien, me lo pensaré», concluyó Chase, y le señaló la puerta.

Kessler abandonó Los Soprano al cabo de unos pocos meses. Es probable que la experiencia le sugiriese la idea de su serie Damages (Daños y perjuicios, 2007-2012) cuyo argumento describe la tortuosa relación entre una abogada de éxito y su joven protegida.

La actitud de Vince Gilligan (Breaking Bad, 2008-2013) se sitúa en las antípodas de la de Chase. Gilligan cuidaba al máximo el ambiente en su equipo porque, según decía, «lo peor que nos ha llegado de los franceses es la teoría del autor. Es un montón de basura. Nadie rueda una película solo, y mucho menos una serie de televisión».

Su carácter, tan pronto seductor como caótico, le valió a David Milch (Deadwood, 2002-2006) el apodo de Calígula. A veces se presentaba en el plató y modificaba sobre la marcha los diálogos de la escena que se estaba rodando; durante las sesiones de trabajo, recompensaba al instante las ideas afortunadas con dinero en efectivo de su propio bolsillo. En cierta ocasión, una persona que llegó al edificio en que trabajaban los guionistas de Deadwood, avisó que alguien estaba orinando a la calle desde una ventana del segundo piso. «Vaya, otra vez el señor Milch», respondió el conserje sin inmutarse.