Las ciudades del siglo XXI, en todo el mundo, compiten constantemente en la creación de una imagen de modernidad que las proyecte internacionalmente. Nueva York, Berlín, París, cumplen sobradamente con esta perspectiva, con diferentes proyectos, ya emblemáticos, en los que la colaboración de urbanistas, arquitectos, gestores culturales, artistas, ha dado lugar a espacios vivos en cuanto a la participación ciudadana. Proyectos que, a su vez, han impulsado cambios importantes en la economía y la estructura social de sus ciudades. En París se demolió una considerable extensión del casco urbano ya muy deteriorado, para crear el museo Pompidou y la plaza que lo acoge. En Bilbao, la nueva sede del museo Guggenheim supuso la regeneración de la ría y una inyección a la economía e integración social de esta ciudad.

A menor escala, en las ciudades más pequeñas, se está trabajando para crear espacios de ocio y convivencia ciudadana, lugares participativos, donde la gente pueda desarrollar diferentes actividades, deportes, reuniones, talleres formativos, conferencias, juegos, las relaciones sociales o el simple descanso, alrededor del reclamo del arte. Se trata de dar una imagen de ciudad diferente, promover la mirada exterior a través de ideas con repercusión como mínimo nacional.

En Alicante, últimamente se están realizando actuaciones de muy diferente calado. Y si algunas de ellas nos inducen a pensar que hay una estrategia global coherente con criterios y objetivos claros de construcción de una ciudad, otras actuaciones nos desvelan la falta de perspectiva y la arbitrariedad o el escaso consenso con los sectores ciudadanos implicados. Algo que los mismos profesionales de Alicante con una trayectoria reconocida y varias asociaciones de vecinos han criticado ya en los medios en reiteradas ocasiones.

Todos estamos demandando la creación de proyectos que regeneren esta capital de provincia, bastante depauperada en los últimos años, pero dentro de una coherencia, de un plan estratégico contrastado, en el que se valoren objetivos, medios, las condiciones reales de la ciudad. Se está demandando que se cuente con los profesionales cualificados que hayan demostrado su creatividad y solvencia, en diálogo con los políticos y administradores, para poder ver y analizar las diferentes opciones y así minimizar los errores.

Las setas de la calle San Francisco es un claro ejemplo de realización de una idea sin el contraste amplio con profesionales de urbanismo y de las artes plásticas. Se ha buscado el efecto Gulliver, jugar con la sobre dimensión, con la imagen infantil, incluso kitsch, una mirada que no se ha resuelto en una imagen efectiva. Sobre todo, porque al colocarlas en una calle peatonal no se han tenido en cuenta las dimensiones, no apropiadas al tamaño de las susodichas setas. Pero si, por una parte, la ciudadanía más culta y sensible al arte las rechaza, es evidente que ante la escasez de espacios lúdicos, tanto algunos padres como los niños estarán a favor de intervenciones de este tipo, pues como en Disneylandia, la sola visión de algo extrañamente ubicado en la calle les provoca la curiosidad y cierta euforia. Pero cual es su repercusión. Si se quería buscar el debate y el choque visual, se ha conseguido. Si se quería crear una imagen de modernidad, de proyección cultural, donde las pautas de los profesionales en la materia fueran respetadas, es totalmente negativo.

Pero analicemos otras intervenciones urbanas. Cuando vamos a la nueva estación de autobuses, comprobamos que en el diseño de la zona peatonal y de jardines que la circunda se ha logrado un espacio especialmente respetuoso, incluso bello, convirtiendo una de las entradas al centro urbano más nefasta en algo agradable, casi con la apariencia de zona residencial. Hasta el diseño de los bancos y pérgolas es absolutamente moderno, funcional, práctico y bello. Pero, sin embargo, en el otro extremo de la ciudad, la remodelación que se hizo, hace ya algún tiempo, de la plaza de la Pipa, para dejarla igual de cutre, sin valorar su cercanía al Centro Cultural las Cigarreras, es un ejemplo de la falta de perspectiva en el diseño de esta ciudad.

Las Cigarreras, concebido como un centro multidisciplinar, para la participación de asociaciones y autores de diversas disciplinas artísticas, quedan hundidas en ese fuerte desnivel del solar de Tabacalera, aisladas del barrio por un largo muro de piedra. La plaza de la Pipa, pegada a este centro, paradójicamente, no es un lugar que reciba la influencia de un centro de arte. El público de las Cigarreras no pisa este espacio y, a la inversa, el habitante de esta plaza desconoce lo que se cuece en este centro de arte. ¿Cuál es el valor de un centro que permanece aislado arquitectónicamente de su entorno más inmediato? Esto es un fallo, en lugar de integrar, de cohesionar, la cultura crea más división. Un centro cultural donde al tiempo que se ven exposiciones de arte, se asiste a conciertos, teatro, se pueden recibir formación en talleres de todo tipo, puede generar un cambio en la dinámica de todo un bario, como así ha sucedido en los ejemplos arriba citados. La crisis y el gran tamaño del complejo arquitectónico que constituye la Tabacalera parecen ser los argumentos más evidentes por los que se mantiene estas instalaciones sin habilitar para el público, y cercadas por un muro. Pero tenemos experiencias en otras ciudades de España, en las que estos espacios industriales se han incorporado al tejido cultural y social de la ciudad sin excesivos gastos. Si se abriera un concurso público de ideas para reactivar este espacio, seguramente nos sorprenderían las diversas soluciones que se podrían poner en marcha, sin acudir a cifras desorbitadas o a megaproyectos. La cultura no solo se hace con dinero, también con ideas. Para el espacio del arte, del encuentro, no hacen falta ni mármoles ni acabados perfectos. Hay que ver, si esta fábrica estuvo funcionando hasta hace poco, por qué no se puede volver a poner al servicio del ciudadano, pero esta vez con un proyecto cultural sin barreras físicas ni sociales. En realidad se está pidiendo una mayor transparencia en la gestión del patrimonio público.

La sociedad está muy insatisfecha y se moviliza, manifiesta su crítica con las actuaciones que alteran su entorno. La remodelación de la Plaza de Pío XII ha provocado un fuerte movimiento social. Los vecinos han dicho no, este diseño no nos gusta, y su protesta ante las instituciones nos ha hecho ver que sí hay unos intereses comunes de ciudadanía, y que esta ciudadanía puede opinar y condicionar el diseño de su ciudad. Otras intervenciones han sido ampliamente aplaudidas, como el mural realizado en el parking de la plaza Balmis, o la pintura de unas escaleras de la calle Maldonado. Son intervenciones que reúnen en una visión comprensible, los registros de profesionalidad en la adaptación de un proyecto artístico al contexto urbano, para su revalorización.

Si se está trabajando en dar una imagen más cultural a la ciudad, creo que ya la sociedad ha manifestado sobradamente desde las asociaciones de vecinos y diferentes sectores profesionales, la necesidad de contar con los ciudadanos y con los profesionales de las artes plásticas, los arquitectos... La sociedad está dando las pautas para pensar y definir, entre todos, un proyecto global en el que se plasme qué clase de ciudad queremos, y qué imagen queremos proyectar. En la mayoría de las ciudades que destacan por su imagen cultural se está haciendo un esfuerzo por incorporar en su construcción a todas las voces, acogiéndose a las subvenciones nacionales y de la Comunidad Europea, sin que esto se perciba como una injerencia en la política municipal. Son proyectos en los que la figura del artista plástico tiene una importancia capital a la hora de conjugar lo social con lo artístico, es decir, lo participativo con lo creativo.