La película del director de origen tunecino Abdellatif Kechiche desató la polémica al conocerse la presión a la que sometió a sus dos protagonistas en el rodaje de las explícitas escenas de sexo lésbico. Julie Maroh, autora de la novela gráfica El azul es un color cálido en la que se basa la película, intervino también en la polémica acusando al cineasta de haber adoptado una visión heterosexual en la filmación del sexo. Estas circunstancias que rodearon su rodaje y su estreno han ocultado parte de su valor cinematográfico.

La película retrata, en casi tres horas de duración, diez años de la vida de Adèle (Adèle Exarchopoulos), desde que estudia en el instituto hasta sus primeros cursos como maestra de escuela. El tiempo de formación universitaria queda elípticamente omitido de la narración. Este arco temporal abarca la incertidumbre existencial de la joven Adèle en permanente estado de búsqueda de sí misma. Tan inestable y confusa es su vida de entonces como intensa y arrebatada. Y esa sensación de apasionamiento desbordado con que Adèle se entrega no sólo al amor, sino también a cualquier descubrimiento (las novelas que lee en el instituto; las manifestaciones, por la educación o por el orgullo gay, a las que acude, etc.), otorga a la imagen una poderosa fuerza vital que acaba contagiando al espectador.

Al igual que ya sucediera en Rossetta (1999) de los hermanos Dardenne, la cámara se agarra a la piel de su protagonista y acompaña en todo momento a su heroína en este relato iniciático. Recurriendo a numerosos primeros planos e incluso a planos detalle, Kechiche nos muestra a Adèle comiendo, llorando o amando. Sus emociones brotan de una materialidad evidente. En la segunda parte, el tono de la película se hace mucho más melancólico. La fragilidad de Adèle es comparable a la soledad de Antoine Doinel y al cariño con que Truffaut retrató la difícil infancia y juventud de su alter ego. Adèle y Antoine comparten la incertidumbre vital y el deseo de libertad. Y quien sabe si asistiremos también en el futuro a nuevas aventuras de Adèle, aunque dadas las desavenencias acontecidas durante el rodaje, tal vez el cineasta tendrá que buscar a una nueva actriz.

La película narra las diferentes etapas del amor entre Adèle y Emma (Léa Seydoux). El carácter de ambas es muy opuesto: Adèle vive de manera gozosa y sin grandes ambiciones intelectuales, mientras que Emma vive llena de aspiraciones artísticas e intelectuales. Emma peca de esnobismo intelectual, como puede apreciarse en una de sus conversaciones iniciales (apelando al existencialismo de Sartre) o en la escena de la fiesta (discutiendo con una amiga en torno a la luminosidad de Klimt frente a la oscuridad de Schiele). Para Emma, Adèle es una mujer banal que no sueña con ser más que una maestra satisfecha. En un momento de la película, Adèle confiesa que sólo llega a disfrutar de la literatura cuando desaparece todo intento de analizar e interpretar la obra literaria. El director confiesa que a medida que se alejaba de Emma (y especialmente con la actriz) se identificaba más con Adèle: «El personaje más burgués, el que tiene una idea más teórica de la libertad, del arte y de la belleza, era menos veraz que el personaje proletario y menos cultivado». De ahí que incluso el estilo cinematográfico de Kechiche se encuentre más próximo a la sencillez y a la inmediatez existencial de Adèle. La narración y las imágenes son transparentes, sin ningún alarde de virtuosismo, existiendo un paralelismo entre el carácter de Adèle y la estética naturalista de Kechiche.

Adèle habrá de luchar por su libertad, enfrentándose a la intransigencia de unas amigas del instituto que censuran su orientación sexual. (Curiosamente, la película se rodó unos meses antes de la rebelión homófoba que impulsó, inesperadamente, una parte significativa de la sociedad francesa contra el matrimonio gay). Incluso algunas de las amigas lesbianas de Emma miran con aires de superioridad a la inocente Adèle. Su vida sólo atiende al deseo que, como decía Spinoza, es la esencia que mueve al ser humano en sus actos. Y ese deseo individual trasciende en Adèle cualquier necesidad identitaria.

Como Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005), La vida de Adèle es también una historia de amor sobre la inevitable pérdida que sobreviene a quien se atreve a vivir intensamente. Pero más allá de eso, la película es, en mi opinión, un relato iniciático que intenta trasladar al lenguaje cinematográfico el sentido existencial de una novela de formación. Kechiche sabe, sin embargo, que en el cine la imagen, el cuerpo y el tiempo son los medios esenciales para expresar las dudas, inquietudes y deseos que acompañan a su protagonista en su educación sentimental y sexual. Posiblemente el espectador se hubiese sentido más arropado si el cineasta hubiese recurrido a una voz en offque proyectara los pensamientos de Àdele y explicara las rupturas dramáticas del relato. Pero estaríamos entonces ante una mera traducción cinematográfica de una novela de formación, lo cual es bastante habitual. Lo difícil aquí era buscar un camino propiamente cinematográfico que extrajera todo el potencial dramático y existencial de la imagen, y no del discurso novelado. Que lo haya logrado o no es algo que deberá decidir el espectador.