Cuando se cumplen 150 años de la muerte de H. D. Thoreau, aparecen nuevas ediciones de sus obras -como Walden (Errata Naturae) y sus Diarios (Capitán Swing)- y un cómic inspirado en su vida y pensamiento (Impedimenta). Este pequeño diccionario puede servir de introducción panorámica al filósofo de la naturaleza y de la desobediencia civil.

Desobediencia civil. Tras ser encarcelado al considerar inadmisible que su Gobierno apoyara la esclavitud y hubiese declarado una guerra contra México, Thoreau escribió uno de los manifiestos más célebres sobre la libertad que emana de la resistencia civil. Una excelente edición de Antonio Lastra traza una historia del concepto de desobediencia civil (Tecnos, 2012), que nos permite leer a Thoreau en diálogo con Emerson, Tolstói o Gandhi. Ante una situación de injusticia, promovida o permitida por un gobierno, cabe el derecho a una rebelión pacífica: por ejemplo, como hiciera Thoreau, no pagando impuestos que irán destinados a legitimar la injusticia. No hacer nada nos convierte en cómplices silenciosos de la injusticia. Símbolo de muchos movimientos de defensa de los derechos civiles o del 15M, Thoreau considera que «no hay que esperar a constituir una mayoría» para iniciar un acto de resistencia.

Diario. Hasta un total de 7000 páginas dejó escritas Thoreau en sus diarios. Diversas antologías se han publicado en España (Pre-textos, José J. de Olañeta). La última edición abarca los años comprendidos 1entre 1837 y 1861. El diario para Thoreau es una serie de «espigas recogidas del campo que cosecho con mis actos»; espejo de nuestro caminar y pensar, en él hallamos las ideas caminadas por los bosques de Walden. Son pensamientos arrojados al azar pero que conforman un «marco» desde el que mirar la vida. «Mi diario es esa parte de mí que, de otro modo, se derramaría y se desperdiciaría (?) En él, sólo debería escribir sobre las cosas que amo (?) Un diario, un libro que debiera contener un registro de nuestra alegría, de nuestro éxtasis».

Educar. Para enseñar a pensar, inseparable del vivir, ya no vale el libro y la mirada fija en el pupitre donde aquél descansa. Antes que nada hay que enseñar a mirar, dentro y fuera del aula: «coloca a una alumna junto a una ventana para que anote lo que pasa en la calle, y haz que lo comente, o que mire el fuego, o una esquina donde haya telarañas, y que filosofe, moralice, teorice o lo que sea». Cualquier «fruslería» que ocupe sus manos o en la que piensen es motivo de escritura, porque «la cuestión no es qué miras, sino cómo miras y si ves».

Escritura. Las palabras tenemos que trasplantarlas «a la página con tierra adherida a sus raíces», pues en caso de no hacerlo la escritura se llena de «palabras de madera, sin vida». Por eso la literatura sólo vale la pena si es «salvaje».

Leer. El mejor libro es el que enseña o incita a vivir, pues «lo que he empezado leyendo debo terminarlo obrando».

Lenguaje. ¿Cómo es posible, se pregunta Thoreau, que tengamos un lenguaje tan preciso para la botánica y un léxico tan pobre para describir los estados de ánimo?

Mirar. Los objetos y los lugares, cuando son mirados con intensidad y entusiasmo, mejoran. Hay que aprender a mirar desde todos los puntos de vistas posibles. «Los objetos nos quedan ocultos, no porque estén fuera de nuestro campo visual sino porque no hay intención, en la mente y en el ojo, de dirigirse a ellos». En ocasiones, «tanta observación me disipa».

Naturaleza. «Tengo un cuarto solo para mí mismo: la naturaleza». Thoreau la disfruta en soledad porque valora su «sinceridad». «No digas que la Naturaleza es trivial, pues mañana será radiante y bella». De Darwin y Humboldt admira sus hábitos de «observación minuciosa», pero Thoreau considera que, en ocasiones, hay que dejarse «impresionar sin tener que tomar nota de ello». Dejarse contagiar por la naturaleza, limitándose a ver, escuchar y sentir. Y es que la poesía requiere un tiempo «entre la impresión y la expresión». Al autor de Walden le preocupa que su visión de la naturaleza se haga cada día más científica perdiendo de vista la visión de la totalidad: «Veo detalles, no el todo, ni siquiera la sombra del todo».

Paisaje. «El paisaje, cuando se ve de verdad, influye la vida del que lo ve».

Tiempo. Para Thoreau cada año y estación expresan simbólicamente las etapas esenciales de la vida. «El año está lleno de advertencias sobre su brevedad, al igual que la vida». De igual modo que existen paralelismos entre las estaciones del día y las del año.

Vida. «Ya es hora de empezar a vivir» anota Thoreau en su diario. Vivir libre y de manera solitaria en la naturaleza es un modo de comenzar verdaderamente la vida. Y aunque a veces «nos sobreviene una abundancia de vida que no encuentra cauces hacia los que fluir», Thoreau halló en la escritura un modo de hacer refulgir el éxtasis vital. Pero sin ideales la vida se reduce a un mero existir: «Hallo, en tantas ocasiones, tal intervalo entre mi ideal y su circunstancia actual, que podría decirse que aún no he nacido».

Walden. Bosque, situado en Massachusetts, donde Thoreau construyó una cabaña en la que pasó dos años de su vida. «Me vine aquí para encontrarme cara a cara con las realidades de la vida». Walden o la vida en los bosques (1854) es el libro que recoge esa experiencia.