Novela

A Kirmen Uribe lo conocimos a partir del Premio Nacional de Narrativa por Bilbao- New York-Bilbao. Y aquel fue un libro extraño. O fue un premio extraño. Porque llamaba la atención que a una distinción con dos palabras tan dadas a los excesos como Premio y Nacional correspondiera una obra tan pequeña, tan de caber en un bolsillo y de leerse entre semana. Kirmen Uribe no derribaba la puerta, sino que pasaba por allí, tranquilo, a sus cosas. Solo que sus cosas eran cosas importantes. Y las decía bien. Sin un agudo de más. Sin una luz de menos.

Lo que mueve el mundo es un libro que navega en las mismas coordenadas que Bilbao -New York-Bilbao. Parte de un exquisito sentido de la observación y así, de entre todo el material más o menos inmediato que puede generar el periodo entre el final de la guerra civil española y el final de la segunda guerra mundial, elige una historia muy concreta, casi particular, pero que encierra todo el caudal de belleza, horror y duda que acarrea la vida; desde la placidez de un abrazo entre dos jóvenes en la modorra de la playa hasta el sonido de un escuadrón de bombarderos, del mar contra el casco de un trasatlántico al grillo metálico de una orden que ya no va a llegar a tiempo.

Además se trata la historia de dos países que podríamos denominar, con todas las comillas y la parafernalia tipográfica del caso, laterales. Euskadi y Bélgica. Dos nombres que no suelen asociarse a los grandes acontecimientos del siglo, pero que en este caso se conectan en la relación de Karmentxu, una niña refugiada después del bombardeo de Gernika de 1937, y el escritor de Gante Robert Mussche.

Kirmen Uribe asume el papel de investigador, de correctísimo detective salvaje, para reconstruir de boca de la hija de Robert aquellos años en que el mundo vivió el tránsito traumático entre edades. Ese paso de la inocencia al cinismo es también el que puntea las relaciones de Robert, primero con su amigo Herman, después con Vic, su mujer, más adelante con la infame literatura que debe traducir para malvivir mientras se oculta de los nazis en Amberes, por último con su país: con los que traicionaron o con los que, sencillamente, depusieron las esperanzas antes de tiempo.

Al fondo, siempre late la presencia de Karmentxu y la de todos los niños que, como ella, fueron y vinieron por el teatro de la guerra según conviniese a la fotogenia del poder.

La inclusión de la voz en primera persona del autor, lejos de sacar del relato aporta un grado más de empatía con lo que sucede. Sin trampas, sin efusiones, el estilo cálido de Uribe hace cómplice al lector de la confesión recibida y trae a primer plano las terribles vivencias extraordinarias del hombre corriente que fue Robert Mussche.

Otro de los puntos interesantes de la novela es el uso del tiempo, desdoblado y desordenado en planos que se encuentran y se dispersan para formar una única instantánea. Al no construir a los personajes linealmente el efecto que se logra es más intenso. Ese punto de desorden, de ciudades y años que van y vienen, de relaciones que se dejan en silencio y situaciones que no concluyen, diferencia Lo que mueve el mundo de las novelas de superficie. En poco más de doscientas páginas y de forma oblicua, como si le diera reparo ser demasiado explícito o cometer una indiscreción, los personajes y su contexto se convierten en realidad a los ojos del lector. Lo obligan a leer el final, de un tirón, a la desesperada. Aunque sepa lo que le espera.