En los primeros días de este mes de junio, los periódicos traían la noticia de la muerte del arquitecto y diseñador Rafael Marquina. Marquina fue el creador -1961- de las célebres vinagreras antigoteo, uno de los productos más copiados del diseño español. En el origen de las vinagreras no estuvo el encargo de una empresa sino la decisión personal del propio Marquina. Como él mismo contó en alguna ocasión, fue el recuerdo de las incómodas vinagreras de su infancia lo que le llevó a diseñarlas.

Marquina pertenecía a la generación de André Ricard y Miguel Milá, que fueron los creadores del diseño español en los años cincuenta. Dada la situación del país, estos hombres tuvieron que aprenderlo prácticamente todo por sí mismos, de modo que no les quedó otro remedio que volver los ojos hacia el exterior. Lo hicieron de la mejor manera posible en aquellos momentos que fue inspirarse en el racionalismo de la Bauhaus y en el diseño italiano, que por entonces comenzaba a despegar. En esa elección estuvo la clave de su posterior éxito. Pero todavía hay otro elemento que a mí me parece fundamental, y es que jamás aspiraron a convertirse en artistas: aceptaron su papel de diseñadores con una absoluta naturalidad.

Como trabajaban en un país pobre, sus diseños estaban muy condicionados por la economía. Esta limitación, sin embargo, pocas veces representó un obstáculo para su trabajo. Al contrario, se diría que actuó como las restricciones que a menudo se impone el autor de una obra literaria para aguzar el pensamiento. El resultado son unos objetos -las vinagreras de Marquina, la lámpara TM de Milá, el cenicero Copenhague de Ricard- que, cincuenta años después de su creación, se mantienen frescos como el primer día.

LIBROS SIN EDITORES

Tras la muerte de la novela, se habla ahora del fin del editor. La causa estaría en los enormes cambios que el mundo digital ha traído a la industria de la edición. ¿Muere el editor? No quisiera que una figura fundamental en el desarrollo del libro llegara a desaparecer algún día. La salud de nuestra cultura se resentiría seriamente. Los profetas de las nuevas tecnologías no se cansan de repetir que los cambios son irremediables y es inútil resistirnos. Para ello, aportan las cifras de los libros autoeditados en los Estados Unidos, y concluyen que el fenómeno no tardará en llegar a Europa. Debemos prepararnos.

Uno de los grandes editores españoles, Jaime Salinas, decía que el suyo era un oficio extraño "que no necesita ni hacer una carrera, ni estudiar nada en ningún sitio, ni tener especiales conocimientos de nada [...] En realidad, la simple atracción hacia un libro, el hecho de haber estado cerca de los libros toda la vida, es posible que baste y sobre." Salinas, como Mario Muchnik -todavía vivo y que abomina del libro electrónico, como es natural- eran editores de la vieja escuela, con un punto de romanticismo en su trabajo. De época más actual es Claudio López de Lamadrid, que ya trabaja con un ojo puesto en el libro y otro en el lector: "El editor es un prescriptor y tiene que saber que su futuro pasa por el diálogo directo con el consumidor final [...] Hoy en día un editor tiene que dar la cara y defender sus elecciones. Porque en un futuro muy cercano el editor va a ocupar el lugar que hasta ahora ocupaban las marcas de referencia."