Las revelaciones del analista informático estadounidense Edward Snowden, según las cuales la Casa Blanca mantiene diversos programas de espionaje, mediante los que acumula de forma masiva datos de los usuarios de compañías telefónicas y de Internet, han desatado una grave crisis política. Hemos sabido además que los gobiernos de la India y Rusia cuentan con programas similares; y que el servicio secreto británico interceptó las comunicaciones de los participantes en la cumbre del G-20 celebrada en Londres en 2009 (durante la cual se llegaron a instalar falsos cibercafés).

La noticia ha tenido un interesante reflejo literario: las ventas de la novela de George Orwell 1984 (publicada en 1949; Austral, 368 p.) han aumentado de modo espectacular. En mayo, la sombría parábola imaginada por el autor inglés (en la que describe una sociedad sometida a un Gran Hermano que espía todos los detalles de la vida privada de quienes viven bajo su autoridad) ocupaba el puesto 13.074 en las listas de la librería de Internet Amazon; a mediados de este mes de junio, las ventas de 1984 habían subido un 7.000 por ciento, y la novela había alcanzado el puesto 193 en la relación de los libros más vendidos.

La impresión (perfectamente justificada) de que gran cantidad de datos sobre la vida privada de los ciudadanos queda hoy almacenada indefinidamente en alguna parte, fuera del control de los interesados, queda recogida incluso en videojuegos populares. "Lo que contamos en el juego sucede ahora mismo en la vida real con el programa PRISM", declaró al diario Le Monde un responsable de la compañía Ubisoft, que pondrá a la venta en noviembre su videojuego Watch Dogs. Ubisoft contrató el asesoramiento de la empresa rusa Kaspersky, expertos en seguridad informática, que corrigieron algunos aspectos del guión y sugirieron varias medidas para mejorar la seguridad de los ordenadores de UbisoftÉ lo que no impidió que una demostración del juego (prevista durante la feria E3 de Los Angeles a mediados de este mes de junio) circulara ya en Internet varios días antes de la fecha señalada.

La intromisión de los gobiernos en la vida privada de los ciudadanos no parece preocupar a un amplio sector de la opinión pública. Un 56 por ciento de los americanos no tiene inconveniente en que su Agencia Nacional de Seguridad recoja datos sobre sus llamadas telefónicas; a un porcentaje algo menor tampoco le importa en exceso la privacidad de su correo electrónico. El 62 por ciento considera que la lucha contra el terrorismo (utilizada como justificación de este tipo de programas de espionaje) es más importante que la defensa de la vida privada de los ciudadanos.

Daniel J. Solove es profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad George Washington. Ha publicado diversos estudios sobre privacidad y nuevas tecnologías, entre ellos El individuo digital (New York University Press, 283 p.) Desde el punto de vista de Solove, la indiferencia que muestran muchos ciudadanos ante la cuestión no es una postura irracional. De la información recogida, una mínima parte será analizada por un número reducido de expertos; el resto lo procesarán computadores. El ciudadano de a pie considera que tanto su correo electrónico como sus intervenciones en las redes sociales carecen de especial valor, y le trae sin cuidado que los ordenadores del gobierno almacenen tales contenidos.

Ahora bien: según Solove, el problema no es tanto la acumulación de datos (que, por otra parte, una mayoría de ciudadanos exhibe sin precaución alguna), como el hecho de que queden almacenados para siempre, sin que el interesado tenga modo de saber quiénes tienen acceso a una información cuyo archivo y análisis se han mantenido durante años en secreto, ni para qué la van a utilizar. Se trata de una práctica que origina un desequilibrio de poder entre el gobierno (que dispone una herramienta de enorme influencia potencial) y los ciudadanos, que no pueden ejercer control alguno sobre ella. Solove propone El proceso de Kafka como novela que presenta una imagen más aproximada de la situación actual que el 1984 imaginado por Orwell.

En el diario The Guardian (que publicó las revelaciones de Snowden, junto con el Washington post) Stephen Moss observa que la atención prestada a 1984 como parábola que previene al lector ante la posibilidad de un estado omnisciente, pasa por alto el aspecto más importante del libro. El interés de Orwell apuntaba a la destrucción del lenguaje, de tal manera que (como pretende Humpty Dumpty en Alicia en el país de las maravillas) las palabras significaran tan sólo lo que quisiera un imaginario Ministerio de la Verdad: "La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es poder". El principal gesto de rebeldía del protagonista de 1984 consiste en escribir un diario personal; reflejar por escrito los propios pensamientos resulta imposible cuando el sentido de las palabras se ha corrompido.